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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Caro en México
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De las tantas aventuras que he tenido, esta me sucedió en uno de mis viajes a congresos fuera del país, específicamente a México.

Meses antes del viaje, jabía conocido a un hombre joven, llamado Juan. Lo contacté por medio de una página de Internet, intercambié unas cuantas fotos, y logramos tener conversaciones muy amenas por ese medio. Me mandaba fotos montando a caballo en una hacienda muy bonita dedicada a la ganadería, en donde él era el encargado de la producción de leche.

Yo tenía otros amigos en México, ya por cuestiones de mi profesión o simplemente por amigos adquiridos por Internet.

Cuando se me propuso ir al congreso en México, me decidí avisarle porque me había ofrecido llevarme a conocer la hacienda, y porque a mí me fascina la naturaleza. El congreso duraba una semana, y nos darían dos días para conocer y hacer compras después de él.

Lastimosamente los congresos son a full, y no hay tiempo de pasear mientras duren, salvo las comidas y luego al hotel a repasar y descansar en las noches. Me mantuve en contacto a diario, esperando con ansias que se acabara para poder escaparme con él.

Era el viernes de esa semana que se clausuraba al medio día. Le avisé el jueves, pero como no teníamos hora precisa de regresar al hotel, por el tema del brindis, y la socialización con los intervinientes, quedé a avisarle.

Finalizó el congreso, y nos invitaron a almorzar como despedida; luego fuimos de compras y antes de las siete ya estábamos arreglándonos para la reunión de despedida en la discoteca del hotel.  Avisé a Juan que estaría en la disco a partir de las ocho treinta, y que lo esperaría para por lo menos bailar esa noche y al día siguiente, si se podía, salir de aventuras por la hacienda que él manejaba. Como era de esperarse, me vestí con faldita y blusa como suelo ir a las discos, una carterita que hacía juego con mi vestimenta y mis infaltables zapatos de tacón que me realzan el trasero. Como siempre coqueta, que es parte de mi personalidad.  Estaba muy excitada por conocer a ese hombre que me había gustado físicamente y por lo aventurero que me decía que era.

Cerca de las diez de la noche, luego de beber algunas copas de tequila, con sal y limón, y de haber bailado desde que llegamos, estaba ya algo entonada con el ambiente. Juan llegó vestido como vaquero, se lo presenté a mis amigas de viaje, y me sacó a bailar. Estaba como lo había soñado, muy atento y educado, se lo sentía muy fuerte, además que olía muy rico. Conversando muy animadamente mientras bailábamos, me invitó a una fiesta que se estaba llevando a cabo en la hacienda donde trabajaba. No me gustó mucho la idea por la hora, pero más pudo la curiosidad y la excitación de estar haciendo algo a escondidas con un hombre que me atraía mucho y era desconocido, peor en un país extraño al mío. Pero se me presentaba como una aventura real.

Se lo comenté a mis amigas que se enojaron― Cierto que es muy guapo ¿pero cómo te vas a arriesgar a irte con él si no lo conoces bien?

Solo les dije que cualquier novedad se las comunicaría, pero que me iría igual y que no me esperaran esa noche. Le acepté, me tomó de la mano y salimos con rumbo a la hacienda.

Un poco asustada porque el viaje se prolongó por cerca de hora y media, pero tranquilizada por la forma de conversar del hombre, llegamos a un gran portón, que abrieron dos vaqueros armados. Seguimos avanzando por lo menos otros 300 metros más, hasta la casa de la hacienda, iluminada con guirnaldas de focos que formaban como una carpa de circo muy grande sobre una pista de baile,  un sitio donde estaban asando cerdo y carnero enteros, una alberca que estaba con muchas chicas bañándose, y en la casa de hacienda muchos hombres, algunos mayores, todos vestidos de vaqueros, con sombreros y revólveres al cinto.

Pero lo que más me preocupó, y que se lo hice saber a Juan, fue ver a muchas mujeres que andaban semi desnudas, solo con botas de vaquero, sombreros, y una que otra con tangas o hilos dentales muy pequeñitos y nada más. Las de la alberca estaban desnudas por completo. Por allá, vi mujeres cabalgando también desnudas. Vï muchos hombres que andan armados y algo borrachos por la forma de caminar dando traspiés.

― No te preocupes mi amor ―me dijo― así son ciertas fiestas aquí. Los hombres que ves, la mayoría son trabajadores de la hacienda y ellos no comparten mucho una relación directa con los patrones, ni con sus invitados o invitadas. Ahora que, si las chicas lo quieren hacer, ya es cosa de ellas.

― ¿Y quiénes son ellas, de dónde las sacaron?

Bueno, primero te pongo en contexto, a los jefes o dueños de las haciendas ganaderas les encanta hacer reuniones o fiestas, unas, cuando se las hace con las familias de ellos y las de sus trabajadores para socializar, y otras como ésta, donde se dan sus canitas al aire para divertirse y que se diviertan sus empleados. Tú sabes, reuniones solo de hombres, y justo hoy, ésta, coincidió con tu llegada.

― ¡Ah!  ¿O sea, todas estas mujeres han sido traídas para distracción de ustedes?  Estamos hablando de amantes, damas de compañía y hasta prostitutas ― No lo voy a negar, el ver mujeres bonitas vestidas así, solo con botas y sombreros vaqueros, me puso a imaginar verme a mí solo con esas prendas, caminando toda sensual entre tantos hombres, e imaginar sus miradas lascivas y morbosas, pensamiento que puso a trabajar mis hormonas en contra de mi buen comportamiento; porque ni tanga me había puesto esa noche

― No, no lo tomes de esa manera, yo te invité para divertirnos, no para que seas una más de ellas, relájate, diviértete, y haz lo que tú desees, nadie te va a obligar a hacer algo que no quieras

Al oír esas palabras, recordé que esa misma frase se me repite siempre en mi mente y termino haciendo todo lo contrario― Mira Juan, ¿qué te parece si nos regresamos, bailamos en la discoteca, nos divertimos y vemos qué nos depara el resto de la noche?

A lo que Juan contestó― ¿Qué te parece, ya que estamos aquí, si te presento a mi jefe y sus amigos, y si ves que te puedes ambientar, nos quedamos y disfrutamos de la fiesta?

― Está bien ―le dije ―pero solo por darte gusto.

Nos bajamos del todo terreno y me llevó donde el jefe.  El tipo, un hombre mayor, de unos sesenta y cinco años, se lo veía muy fuerte y grande, típico hombre de campo bien alimentado, aparentemente educado, pero con aires de caporal y carácter adusto. Juan me presentó a Pedro que se me quedó mirando de pies a cabeza, para decirle a Juan― ¿Con que esta era la güera de que me hablaste? ―Juan le dijo que sí. El hombre no paraba de mirarme, y mirando con una sonrisa sardónica al grupo de amigos, les dice― Veamos si es más buena que nuestras mujeres ―En ese momento me di cuenta, que me había equivocado en lo de educado.

Al oír esas palabras, recordé que esa misma frase se me repite siempre en mi mente y termino haciendo todo lo contrario― Mira Juan, ¿qué te parece si nos regresamos, bailamos en la discoteca, nos divertimos y vemos qué nos depara el resto de la noche?

― No, no lo tomes de esa manera, yo te invité para divertirnos, no para que seas una más de ellas, relájate, diviértete, y haz lo que tú desees, nadie te va a obligar a hacer algo que no quieras

El patrón ordenó que nos llevaran tequilas para brindar por la conquista de Juan y mi presencia allí. Brindamos todos, y le dijo a Juan que me llevara a recorrer las instalaciones, a las caballerizas para que viera los pura sangre. Diciendo eso, me preguntó si yo sabía montar, a lo que le dije que no muy bien― ¿Quieres que yo te enseñe a montar?, le sonreí, y le dije que tal vez en otro momento, a lo que acotó― Yo soy muy bueno montando ―y todos rieron.

Juan me tomó de la mano y me jaló para ya encaminarnos por el sendero a los caballos, pero Pedro llamó a Juan y le dijo que, con zapatos de tacón, no llegará lejos, y ordenó que me trajeran un par de botas y un sombrero para estar acorde con el lugar; me preguntaron el número que calzo y me consiguieron las botas y el sombrero.

Pienso que me veía linda, porque atraía la mirada de hombres y mujeres. Además de andar con la faldita corta y con botas, más el sombrero ranchero, me hacían sentir con aires de señorío. Pero al llegar a las caballerizas y ver a los vaqueros en amoríos con las mujeres desnudas vestidas solo con botas y sombreros, que les manoseaban las nalgas y las piernas al tratar de ayudarlas a subir a los caballos para que los monten a pelo, o sea, sin montura, y ellas, a nalgas peladas, me puso toda libidinosa, y el morbo me mataba de ganas de sentir entre mis piernas el lomo ancho y caliente del caballo.

Juan me preguntó si quería montar y asentí con la cabeza. Me ayudaron a subir, dando un espectáculo cuando tuve que abrir las piernas, pero sin mayores consecuencias. Supongo que por respeto a Juan que supuestamente era mi hombre, y mano derecha del dueño de todo eso.

Juan tomó las riendas de la cabeza del caballo mientras yo hacía equilibrio agarrándome de la crin del animal ¡Que sensación más rica sentir el lomo caliente haciéndome menear a cada paso que daba el animal! Y sentir el roce de mi vulva con él, más la excitación y el morbo de saber que algunos hombres y mujeres habían visto que andaba desnuda debajo de mi faldita, entre ellos Juan que me tenía a punto de depravarme.

Cuando íbamos pasando por la casa de hacienda, Pedro, el jefe de Juan, le pidió que me llevara donde él. Pedro se me acercó, y no sé qué cara habré tenido, que me preguntó si me pasaba algo, le dije que nada en especial, pero sin duda se dio cuenta que estaba extasiada de placer.

― Te ayudo a bajar, lánzate a mis brazos que yo te aparo ―me dijo.  Juan intervino y le propuso él ayudarme. Pedro lo miró con cara de pocos amigos y le dijo― Te recuerdo que tienes que ir a chequear al personal   que va a arrear el ganado a otro comedero en la mañana. ― Pero Don Pedro, deben estar durmiendo

― ¡Anda y no me contradigas!

Con voz un tanto apagada y medio pensativo, Juan me conversó sobre el comportamiento de su jefe. Me dijo― No temas, es un buen hombre, solo que muy autoritario y no le gusta que se lo contradiga como buen machista mexicano. Si le caes bien, te llenará de regalos, y hasta te propondrá que te quedes.

― ¿Que Me quede, con quién?, ¿con él? Estás loco, yo vine por ti, yo no vine para estar con tu jefe, ni tampoco necesito regalos de nadie ¿acaso no puedes decidir con quién quieres estar o es tu jefe el que las aprueba y prueba primero a tus mujeres?

― Sí mi amor, pero él es mi jefe, y te quiere en el salón principal.

― ¿Y qué hay ahí? ―pregunté.

― Bueno, es un salón de baile muy grande, allí solo van sus amigos y las mujeres más bonitas que él escoge.

― Entonces creo que es hora de irnos.

Por favor, mi amor ―me dijo Juan todo preocupado― no lo hagas enojar, luego se desquitará conmigo y me puede costar mi empleo,

― ¿Tanto así?

― Si amor, solo vamos y te diviertes un rato.

El jefe  le reprochó a Juan, de por qué me llevaba así vestida; Juan le comentó que yo no me quería presentar desnuda. Entonces, el hombre enojado le dijo― Sabías sabes a qué la traías, sabes cómo son estas fiestas, sabes cómo me molesta que me desobedezcan.

Entonces pensé rápidamente en Juan que se quedaría sin trabajo; en que, si el hombre solo se quería dar de macho quitándole la hembra a su empleado y vanagloriarse teniéndome desnuda a su lado. No perdía nada, si ya estaba ahí, de paso muy excitada exhibiéndome, y que es lo que me gusta, ante hombres y mujeres que ni siquiera me conocían; solo me dejaría llevar y disfrutar de las atenciones del famoso jefe del tonto de Juan que me había defraudado.

En ese momento, me di cuenta, que Juan no tenía ni voz ni voto, y ni mucho menos me podría proteger de cualquier evento que se presentara. Lo vi   que se retiraba casi renegando. ¡Estaba sola!  Entonces, Pedro, volvió a insistir― ¡Lánzate a mis brazos!  Déjate deslizar hacia un lado y te atrapo.

Uno de sus amigos sostenía al caballo  y los otros estaban esperando el desenlace. Me deslicé, Pedro me agarró de la cintura y yo tuve que agarrarme de su cuello. Pero en esta ocasión, el espectáculo que di no pasó desapercibido, puesto que, al agarrarme de la cintura, la falda se me subió y al quedar con las piernas abiertas al desmontar, todo el mundo se dio cuenta de la desnudez en mis partes bajas.

Pedro me bajó, me puso la mano en el hombro, y me encaminó a la casa, al tiempo que les decía a sus amigos que lo siguieran. Entonces enfrenté al hombre y le dije― No se enoje con Juan, y peor conmigo. Soy amiga de Juan desde hace meses, he venido a un congreso que hoy ha concluido, me ha invitado a pasar un rato divertido con él, pero yo no sabía que me traía a su fiesta, ni sabía que ustedes se divierten estando rodeados de mujeres desnudas. Si usted quiere que me quede un rato más lo haré.

― Pero conmigo ―dijo él.

― De acuerdo ―dije yo.

El tipo sonrió, lo miró a Juan y le dijo― Te salvó la güera ―y desafiante ante Juan, me abrazó y me llevó con él.

― ¿A dónde me lleva? ―le pregunté

― Al salón güerita, al salón, ahí se baila, se bebe, y se come.

Definitivamente esa noche era solo para hombres, y me preguntaba ¿y yo, qué hago aquí? El salón era una sala grande, rodeada de butacas y sillones acolchados acomodados en el rededor de lo que sería la pista de baile; en donde los   invitados de Pedro, la mayoría estaban acompañados de mujeres muy bonitas semidesnudas. No cabían dudas que todas eran damas de compañía, pero a diferencia de las verdaderas damas de compañía, que son lindas y elegantes, y que solamente son para acompañar a hombres para determinados eventos, estas iban más allá, porque andaban casi desnudas. Y yo, no distaba de ser una de ellas, a diferencia que yo, aún conservaba mi falda y mi blusa.

Pedro me tomó de la mano, y me llevó con él a un sofá doble, el más elegante del salón, que sin duda era de su uso exclusivo. Pidió que nos llevaran una botella de tequila y bocadillos y me dijo que le sirviera a él, y disfrutara ver bailar a sus invitados. Después de algunos tragos y conversación trivial, Pedro me atrajo a su cuerpo con un abrazo, y me dice― Veo que eres o aparentas ser una mujer cándida, y eso me gusta, aunque luego no lo seas ―y se rio.

― Juan me contó que te gusta bailar y quiero que bailes para mí.

― Se suponía que Juan era quien me había invitado para divertirnos juntos, pero usted lo despachó para quedarse conmigo, ¿eso le parece que está bien? ―le pregunté.

―Bueno, mi amor…

― Yo no soy su amor ―le corregí.

― Bueno, luego terminarás siéndolo ―me contestó ―te voy a explicar algo, aquí se hace lo que yo digo, yo soy el patrón y eso se respeta.

A pesar de que el hombre me llegó a agradar por verlo tan seguro, atento y guapo, esa frase me asustó― ¿Usted piensa que está tratando con una de esas mujeres? ―le pregunté.

― No mi amor, sé que eres muy especial, ibas a ser la pareja de Juan, pero es una lástima, Juan tenía que trabajar y ahora yo seré tu pareja, veré que te diviertas y te atenderé cómo te lo mereces. ¿Acaso crees que no te sentí como temblabas cuando te abracé al bajarte del caballo, y te estremecías con mis caricias hace unos minutos? ―respondió. No le respondí, porque efectivamente ya estaba algo mareada y muy libidinosa de ver a tantos machotes bailando con aquellas mujeres desnudas, y cuyas tetas brincaban libres al viento, ver como las asían de las nalgas llevando el ritmo juntos; eso me estaba matando de morbo.

Se pasó largo rato bebiendo y dándome de beber, y mientras me acariciaba las piernas, me explicaba que el mexicano, en su mayoría es machista, y que como sus padres lo criaron con esas costumbres, él atribuía que era por eso, que sus empleados lo respetaban. Le dije que estaba equivocado, que el respeto uno se lo gana, lo que sienten sus empleados es temor; temor a quedarse sin trabajo, a no tener nada que llevar a casa.

― Y tú, ¿qué piensas de mí?

― Que eres un buen hombre ―le dije― que tal vez estaba falto de cariño, ese cariño tierno que una mujer buena se lo podría dar.

Luego de decir eso, me arrepentí, porque parece que lo excité, me besó las tetas por encima de la blusa, y sus manos se volvieron más traviesas acariciando mis piernas y muslos, cosa que a mí también me estaba llevando a la necesidad de tener sexo. Después de todo, el hombre no era tan desagradable, era atractivo, muy seguro de sí mismo, fuerte e inteligente, de esos que saben lo que quieren y lo toman.

De repente, me hizo acuerdo de que las mujeres en esa sala solo las permitía desnudas. Estando ya al límite de la lujuria, de ver esas escenas eróticas entre mujeres lindas bailando con verdaderos vaqueros, le dije ― ¿Sabes que me tienes muy, muy excitada? ya me has tocado toda, ¿A qué esperas para tenerme como me quieres? ― Entonces llamó a una de las mujeres que nos atendían, y le ordenó traerme un par de botas, y un sombrero. La chica me preguntó el número de calzado,  se fue y regresó con un par de botas concho de vino y un sombrero del mismo color, Me bajé de sus piernas y él mismo me sacó la falda, me besó el  trasero, y me ayudó a ponerme las botas. Le entregué la blusa a la chica y me puse el sombrero.

― Te ves preciosa ―me dijo, y con voz en cuello dijo― Vean muchachos el regalo que me trajo Juan ―y todos aplaudieron.

― Vaya a bailar para mí, quiero verte.

― No voy a bailar sola ―le dije.

― Entonces escoge a uno que te guste y lo invitas a bailar.

Fue cuando vi la oportunidad de dejar salir a Caro, a la que no le teme a los retos, peor a los hombres, la desinhibida, la coqueta, la exhibicionista. Me levanté y escogí a un hombre que me había gustado desde que entré al salón, y que bailaba muy bonito. Yo sabía que él me haría lucir bailando en sus brazos. Efectivamente, llevaba muy bien el ritmo, me hacía dar volteretas y yo deleitando con lo que sabía les gustaba mirar y morbosear. Una mujer sabe que, aunque ande vestida, puede ser más llamativa sensualmente, que una que ande completamente desnuda, y yo estaba llamando la atención, y eso me pone más lujuriosa. Los tenía listos para copularme, y si quiero ser más ruda en el trato, los tenía listos para aparearse conmigo, sí, como animales al acecho de la hembra para montarla.

Pedro pidió que bailáramos cerca de él. Pensé que se había animado a bailar conmigo pero sus intenciones eran malvadas. Ya cerca de él, mientras bailaba abrazada al macho del momento, noté sus manos deslizarse por mis muslos y pellizcarme las nalgas, cosa que me hizo sentir un cosquilleo en todo el cuerpo, pero que tenía que aparentar que no me había gustado, dándole unos golpes en sus manos como a niño que no debe tocar algo que le va a hacer daño, pero con ternura. Y para que mentir, luego yo misma buscaba que me lo vuelva a hacer provocándolo al bailar muy cerca de él y tratando de acercarle lo más posible mi trasero. Hasta que sucedió lo que tenía que suceder. Pedro me hizo sentar sobre sus piernas, y yo gustosa lo hice. Mi cuerpo ya estaba sin control, lujurioso y receptivo. Y sus caricias cada vez más descaradas mirando a sus invitados, les daba el mensaje de que yo ya era su hembra y que él era mi dueño e iba a hacer lo que quisiera conmigo esa noche. Fui asediada por todos para sacarme a bailar bajo la estricta mirada de Pedro. Después de todo, era la invitada, y en ese momento era la hembra del jefe, que la había puesto a disposición de todos.  Le bailé ranchera casi como si fuera balada. Estaba exhibiéndome, y hacer eso me hace perder la cordura. Estaba tratando de que la calentura me siguiera subiendo para disfrutar al máximo lo que viniera.

Y lo que aparentemente no sabía Pedro, era que los hombres que bailaban conmigo encontraban mil maneras de manosearme, o hacerme sentir sus deseos carnales mientras él no podía vernos. Lo mismo les hacía yo que los provocaba mirándolos a los ojos, mojando mis dedos con la lengua, y muy tiernamente me pellizcaba los pezones, cerrando los ojos, suspirando y diciéndoles― ¡Uy que rico ―como para que vieran que lo estaba disfrutando. O ellos, que se insinuaban cuando sus manos se bajaban por arte de magia cuando les daban la espalda a Pedro mientras bailaban. Y unos que otros movimientos de cópula que yo les hacía para provocarlos y desesperarlos, mientras notaba sus bultos ya muy hinchados. Ya me tenían arrecha como dicen acá los jóvenes en alusión a que están desesperados por sexo, los manoseos y la exhibición que estaba dando, me hizo que me pusiera más atrevida que también les tocaba al disimulo sus bultos en sus pantalones.

Como ya no aguantaba más, me fui donde Pedro y le dije ― Ya no puedo más, te quiero dentro mío.

El hombre se levantó, me tomó de la mano, y les dijo a todos― Si a esta güera le sobran bríos, se la mando a dejar después de que sea mía- ―Y me llevó a otro salón. Les dijo a dos de sus empleadas― Báñenla y me la llevan a mi recámara.

Las chicas me sacaron las botas y me hicieron meter en una gran tina llena de agua con aceites y perfume. Me masajearon, me secaron y desnuda me llevaron donde el patrón me esperaba ya desnudo en una gran cama .Allí dimos rienda suelta a todos los placeres carnales imaginables e inimaginables. Copulamos como desenfrenados, y hasta como macho y hembra del reino animal nos apareamos.

Caí rendida, cuando Pedro recibió una llamada que le decía que tenía que ir a recibir un ganado que estaba llegando a otra de sus haciendas, y que tenía que firmar los papeles del recibido. Le dije que mandara a otro, pero él dijo ― No amor, esto es personalmente, espero encontrarte al amanecer cuando esté de regreso a ver si desayunamos juntos

― Te espero ―le dije. y se vistió y se fue.

Pero su salida no pasó desapercibida para los vaqueros que estaban bailando. Habrían pasado unos quince minutos, cuando estando boca abajo ya medio dormida, siento el peso de un hombre sobre mí, y un gran pene abriéndose paso entre mis nalgas queriendo penetrarme para tener un coito anal.

Casi muerta de cansancio, pero con mi cuerpo receptivo y dispuesto a dar placer como siempre, y ante los resoplidos en mis orejas de macho desesperado por copular con su hembra, y los besos en mi nuca, hicieron que nuevamente me excitase y me pusiese deseosa de sexo. Así que aflojé las nalgas, relajé mi anito, y dejé entrar al intruso. Que por cierto, me hizo morder y estrujar las sábanas ante sus muy vigorosas embestidas, sacándome más gemidos de placer cuando tuve otro orgasmo. Lo más morboso de ese momento, fue que no sabía quién era el que me estaba copulando con tanta desesperación.

Supe que había terminado cuando sentí su esperma chorrearse entre mis piernas. Luego me preguntó al oído si me había gustado, y cuando me viré para agradecerle y decirle lo rico que me había hecho sentir, me di cuenta que era el vaquero al que saqué primero a bailar, pero acompañado de otro que ya estaba desnudo y masturbándose, sin duda esperando su turno para montarse a la mujer de su patrón. Este no esperó ni siquiera que le abriera los brazos en señal de aceptación para recibirlo. En cambio, me abrió las piernas, se las tiró sobre sus hombros y arremetió a lo salvaje, sin más ni más. Y con lo lubricada que estaba de tanto semen que me habían dado, su pene simplemente entró a zambullirse en mis entrañas, y nuevamente me puse a gruñir y gemir de placer.

Este si fue algo más aseado que el anterior, porque me montó hasta estar sobre mi cara luego que acabó dentro de mí, y me lo dio para que se lo limpiara con mi boca. Chupé, y lamí sin dudarlo, el semen de los tres machotes de la noche, y se fueron sigilosamente para no despertar sospechas.

Cerca de las nueve de la mañana, Pedro me despertó con un charco de semen bajo mis nalgas y me dijo― ¡Caramba! Nunca pensé que yo tuviera tanto semen guardado en mis cojones. Será porque te has portado como toda una puta de clase A ―No me dolieron sus palabras, porque en realidad, así me comporté esa noche, como una puta con todos ellos.

Me trajeron mi ropa lavada y planchada, me bañaron las mismas chicas de la noche, me vestí, y nos fuimos a desayunar muy rico; cuando terminamos, me preguntó si quería quedarme otro día más, a lo que le contesté que no, porque de seguro me comería otros tres hombres más, pero eso lo dije en voz muy baja que no escuchó, y que igual, me pidió que le repita, a lo que le contesté, no nada, no dije nada.

Me agradeció, me ofreció pagarme los pasajes de ida y vuelta las veces que quisiera regresar― Solo me avisas y te hago llegar los pasajes, y   te espero para llevarte a conocer mis propiedades y esperarte con otra fiesta ―Le agradecí, y le pedí que le dijera a Juan que tal vez en otra ocasión estaría con él; a lo que respondió ―Si vienes, vienes por mí, nadie más te puede tocar, que Juan se busque a otra, que por pendejo te perdió a ti. En mis propiedades nadie come de lo que come el jefe ―refiriéndome a las mujeres, claro está. En mis adentros me decía, si supieras que después de ti, me comí dos postres más, y en tu misma cama.

Me mandó a dejar en el hotel y ahí me esperaba una tremenda reprimenda de mis amigas de viaje, pero logré pasar momentos felices con ellas porque las alcancé para hacer compras antes del viaje al día siguiente.

En otro momento les narraré otra de mis locuras hechas en otro viaje, así mismo a un congreso en Argentina.

Saludos, Caro.

 

 

Caro y el sexo

Caro es una mujer dedicada a su esposo y a su hogar, cuando él está en casa. Es una reconocida profesional con un cargo importante donde trabaja y con una gran responsabilidad en su trabajo donde goza de gran confianza. Pero también  es una  mujer libidinosa, llena de morbo, un tanto exhibicionista, soñadora, que gusta mucho de bailar, y yo diría que hasta ninfómana. Su marido sospecha que tiene aventuras, como ella también sospecha que él las tiene, pero se respetan y tienen una premisa, que todo lo que hagan, lo hagan bien y siempre lo terminen.

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