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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Caro y su paciente
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Esta historia comenzó con una charla en un salón de eventos de un hotel donde se hacía el lanzamiento de nuevos medicamentos de uno de los laboratorios farmacéuticos del país.

Me acomodaron en una mesa donde ya estaban dos colegas mías y dos invitados del laboratorio anfitrión. Saludé de forma general a ellos, y a mis amigas con besitos en las mejillas; antes de sentarme, y como las chicas ya habían intimado algo con los dos, me los presentaron, entonces uno de ellos, el más atractivo, se paró, me dio la mano y me dio un beso en la mejilla, cosa que me sorprendió.

Las guías nos llevaron folletos, nos sirvieron cócteles, y llenaron la mesa de bocadillos. Mientras esperábamos el inicio del evento, conversamos y departimos con ellos.

Antes de que terminara el evento, tuve que salir a contestar una llamada de mi esposo pero como ya estaba por terminar, simplemente les hice de la mano a las chicas, recogí los productos que siempre nos dan en esos lanzamientos y me retiré sin esperar a la cena que siempre brindan después de ellos para que la gente sociabilice y comenten de los productos nuevos.

A la semana de dicha reunión, una de mis amigas que estuvo en la mesa, me llamó para decirme que me habían recomendado con un paciente que quería que lo vea una dermatóloga. Cuando le pregunté por el paciente, me respondió que era uno de los que estuvo en nuestra mesa, y que justamente era el que se había levantado para saludarme; que le había dado el teléfono de mi consultorio privado, uno que comparto con una amiga de la profesión. Pero antes de cerrar, me confesó, que el paciente le había contado que se había prendado de mí, y que en realidad estaba buscando un pretexto para poder confesarme sus intenciones de conocerme antes de regresar a su país.

Pasó un día, y la secretaria del consultorio me llamó para decirme que un tal Rodrigo había llamado pidiendo consulta, pero le dije que lo tendría que confirmar para ver si lo podía atender, y qué día podía ser. Él quedó en llamar nuevamente― De acuerdo ―le respondí― cítelo para el sábado a las nueve.

― Pero yo no podré venir el sábado ―me dijo.

― No importa, yo me encargo de él ―le respondí.

Era temporada de lluvias perro cuando salí de casa o llovía, pero llegando al centro comercial donde yo parqueo, se descolgó una lluvia torrencial. Para colmo, no había llevado paraguas y tuve que correr hasta la entrada del edificio, pero igual llegué empapada.

Ya en el consultorio tuve que buscar que ponerme, puesto que el vestido estaba empapado, y con el aire acondicionado, seguro me iba a resfriar. En eso pensé que lo mejor sería ponerme solo el mandil. Hasta ese momento todo estaba tranquilo en mi comportamiento, pero cuando me puse el mandil y me miré en el espejo, la malicia y la excitación se me despertaron y se apoderaron de mí. El mandil no era de los largos como los que se usan en el hospital, estos los compré expresamente con el hilván por encima de las rodillas, por verse como blusas largas, y porque son más elegantes.

Mientras estaba frente al espejo y me regocijaba viendo lo coqueta que me veía, y sin darme tiempo para pensar en otra opción, tocaron a la puerta. Era Rodrigo, el mismo hombre atento que sin conocerme me dio un beso en la mejilla aquella noche.

Antes de abrirle, y sabiendo lo que tramaba, opté por seguirle el juego, tomé todas las batas desechables que se les da a los pacientes para el chequeo y las guardé en un cajón

― Pase ―le dije, y nuevamente me saludó con un beso, pero esta vez, me tomó de los hombros, y manejando mis movimientos, me acercó a él; yo solo giré la cara para recibir su beso. Puse seguro a la puerta, y le invité a sentarse

― Cómo así me estuviste buscando ―le pregunté.

― Bueno, consulté con tus amigas y me derivaron a ti.

― ¿Entonces, tienes algún problema de piel? Cuéntame.

― Tengo una ligera molestia en la espalda baja, y una zona enrojecida debajo de escroto que me causa picazón muy molesta, y si me rasco, se pone peor.

― De acuerdo, te tomo los datos para el historial clínico ―Mientras le tomaba los datos, no dejaba de mírame el escote del mandil, pues estos son algo escotados, porque se supone que se deben usar con la ropa de diario por debajo. En este caso, como no la tenía, lo que estaba viendo eran mis tetas que de repente se dejaban ver como niñas jugando a las escondidas.

― ¿Sudas mucho allá abajo? ―le pregunté.

― Bueno, no siempre me ando tocando ahí, pero pienso que sí, y por eso uso talcos, pero con el clima así de caliente y húmedo, debo sudar como cualquier otra persona.

― No todas las personas sudamos igual, unas sudan más, y otras menos. Te lo explicaré de esta manera, nuestros órganos reproductores son muy diferentes, el de ustedes es externo y el de nosotras interno, pero ambos necesitan estar frescos, y no sometidos y apretados como en el caso de ustedes que andan todo el día con bóxeres y pantalones apretados, haciendo que la humedad y la temperatura, les cause irritación en la piel adyacente a esos lugares. Aprovecha este momento, dale recreo para que se ventile un rato mientras te examino. Te vas detrás de ese biombo, te desnudas y te pones una de las batas desechables que hay en el estante, luego vienes y te acuestas boca abajo en el chailón para examinarte.

Mientras él hacía lo que le ordené, la calentura me iba subiendo de pensar, que lo que vendría después, sería algo más morboso y excitante para ambos.

Cuando él me avisó que ya estaba acostado, me puse los guantes, entré, y me topé con él desnudo y boca abajo― ¿Y esto qué e? ―pregunté sorprendida, ¿qué no encontró las batas?

― No, y hasta las busqué en el baño, y lo único que encontré fue su vestido empapado, así que, para no molestarla, y como igual, me va a revisar todo, se ahorró una bata.

― Me hubiera avisado y le conseguía una, deben de estar en algún cajón ― Me acerqué a él, y tomé la lupa de pedestal, le revisé minuciosamente la parte baja de la espalda, y hasta sus nalgas. No encontré nada anormal.

Luego me retiré un poco para que se pusiera boca arriba, y es ahí cuando comenzó todo el alboroto hormonal en mí. Se sentó primero y luego giró para acostarse boca arriba, dejando ver su miembro suelto y de buen tamaño, cosa que me hizo lagrimear los ojos y algo más entre mis piernas.

Rodrigo no dejaba de mirarme, algo que no me incomodaba, pues ya sabía que no cargaba ropa de vestir por debajo de mi mandil. Ya estaba lista para chequearlo, me paré del banco y tomé la lupa pequeña, para revisarle detenidamente la zona inguinal y las áreas adyacentes. Pero estaba siendo espectadora de algo que así nomás no pasa en una consulta, el hombre estaba teniendo una erección, y ver su pedazo de carne creciendo y tratando de levantarse con movimientos lentos y tambaleantes, me hicieron descontrolar.

Sin negar la atracción que sentía por aquel hombre, más lo que estaba pasando en ese momento, dispararon mis hormonas, mi libido y mi morbo, pero tenía que mantener, o por lo menos aparentar, el control de la situación. Así que le dije en tono un poco enojada, sacándome los guantes y tirándolos al tacho de basura― ¡Por favor, controla es cosa! No tengo tiempo para esto.

A lo que me respondió― Perdóname, cómo crees que me puedo relajar si lo que me estás enseñando, me excita y a éste no lo puedo controlar.

― ¿Y qué te estoy enseñando?

― Bueno, se te ha abierto el último botón de tu mandil, y que cuando te agachas en el banco, me lo estás enseñando todo, entenderás entonces el porqué de mi reacción.

― De acuerdo, y perdón por eso, no era mi intención distraerte, solo que mi ropa se me empapó con la lluvia y solo tenía esto para ponerme. Bueno, ahora que ya me cerré el botón, ¿puedes relajarte para poder examinarte?

― Está bien, lo intentaré.

Entonces entendí que con mi coqueteo ya había descubierto mis intenciones.

Volví a pararme a su lado, tomé su pene con delicadeza aún pesado y latiendo, pero con el manipuleo se comenzó de nuevo a poner erecto, y de su boquita estaba apareciendo una gotita viscosa y cristalina de licor prostático, avisando que ya estaba listo para lubricar el camino por donde lo dejaran a entrar. Aprovechando eso, se lo manipulé de la forma más cariñosa posible, pero haciéndole sentir el calor de mis manos, ahora que estaba sin guantes.

Se lo moví para todos los lados tratando de que no me estorbara en la cara, mientras que con la lupa de mano lo revisaba de más cerca. Le tomé el escroto, se lo levanté y al disimulo se lo manoseé para ver su reacción.

Antes de que reacción. Tomé un aceite neutro, que ni siquiera era medicinal y se lo comencé a untar muy lentamente en el escroto, en sus entrepiernas, y luego, a todo lo largo de su pene, como si lo estuviera masturbando.

La reacción no se hizo esperar y su pene se puso muy tieso mientras se lo manoseaba con más energía sabiendo que yo ya tenía el control. Sentí que me derretía de gusto cuando giró un poco hacia mí, y una de sus manos me atrajo hacia él y la otra comenzó a subir por mis piernas hasta llegar a mis nalgas para acariciarlas y apretarlas en señal de deseo y necesidad de poseerlas. Esa acción me hizo estremecer y que se dio cuenta cuando cerré los ojos y dejé de moverme para dedicarme a disfrutar de sus caricias, y suspirar de placer, mientras le apretaba el pene con fuerza.

Todo ya estaba funcionando como un reloj, tenía un banquete delante de mí, el plato fuerte lo tenía en mis manos, y el postre lo tenía yo entre mis piernas. Así que le dije― Relájate, que yo me encargaré de curarte ―me acerqué a él, le tomé de la cara y lo besé por largo rato. Mientras, con movimientos muy sensuales a sus caricias, le daba tiempo para que terminara de desabotonarme el mandil. Luego le di la espalda para que se deleitara manoseándome mientras me dedicaba a masturbarle con mi boca su hierro candente.

Ya listos para la cópula, usé mi banco para subirme sobre él, montarlo a horcajadas y batirle los huevos con el movimiento de mis caderas y mis nalgas. Entregados por completo al sexo y al placer carnal, le pregunté― ¿Cómo te gustaría poseerme? ―Entonces me ayudó a bajarme, me puso boca abajo apoyada en la camilla, me tomó de las nalgas y me comenzó a copular en esa posición. Eran tan fuertes sus arremetidas que, si no hubiera sido por la pared, me sacaba por la ventana.

En el consultorio solo se oían mis gemidos y el golpeteo de sus embestidas contra mis nalgas. Luego paró, me hizo sentar frente a él y me la metió en la boca. Pensé que terminaría en ella, pero no, me volvió a poner de espaldas a él, y me hizo apoyar el torso sobre la camilla, me lubricó el ano con mis mismas secreciones y comenzó a jugar en él. Quería coito anal, y como me encanta, le respingué las nalgas para que supiera que se las estaba entregando para que me poseyera. Las abrió y clavó su pene en el orificio que también clamaba por lo suyo.

Su grueso pene, en forma de cono entró fácil pero al llegar a su base, me sacó gritos de dolor por lo grueso que era. Pero como siempre digo, cuando una está en el máximo de la excitación, cuando se está lujuriosa, el dolor pasa a segundo plano y se convierte en placer.

En mi caso, una forma de acrecentar la excitación es imaginarme viendo lo que me están haciendo, como si estuviera viendo desde algún lugar de la habitación como me copulan. O sea, yo la protagonista de la escena, sintiendo todo el placer y a la vez, muriéndome de morbo, contemplando a aquel hombre como se la mete y se la saca a esa mujer que gime y se revuelca de gusto, y que soy yo.

Terminamos al mismo tiempo, yo exhausta y con las piernas temblando, pensé que todavía no me lo sacaba, pues aún, sus manos mantenían mis nalgas abiertas, pero me sorprendió cuando me dijo que mi ano estaba muy dilatado formando un círculo perfecto; y que verlo así le excitaba mucho, peor, viendo como su semen se estaba chorreando hacia mi vulva y entrepiernas. A lo que le dije― Si te gusta lo que ves, disfrútalo ―Y así me quedé hasta que el esfínter anal regresó a su sitio y se cerró.

Me ayudo a erguirme y me dio un gran beso. Le pedí que se fuera a asear al baño, pero se negó, porque según él, quería llevarse en su piel hasta el hotel, mi perfume y la humedad de mis secreciones― De acuerdo ―le dije― si así lo quieres, me parece muy tierna tu decisión. ― ¿Si te lo pido, tú harías lo mismo por m? ―preguntó.

― Lo haría con gusto, pero recuerda que voy de compras y luego a casa, y en ella me espera mi marido― Lo pensé unos segundos y me pareció un reto morboso, andar de compras sabiendo que en cualquier momento, su semen más mis secreciones, me podían chorrear por mis piernas. Me sonaba muy morboso, y más aún, llegar a casa y encontrarme con mi marido y ver como salgo de ese apuro.

Acepté, me vestí, me arreglé un poco, y salimos del consultorio camino al centro comercial donde había parqueado mi carro. Me pidió que lo dejara acompañarme a hacer las compras. Accedí, pero le advertí que iba por ropa interior muy sexy, y que de seguro no querría estar viendo lo que compraba― Por el contrario ―me dijo― soy experto en eso, yo te la escojo, y es más, yo te la compro.

Llegamos al sitio de la lencería, me preguntó la talla de mis prendas, y me divertí viéndolo entusiasmado escogiendo hilos dentales y baby dolls; se acercó a la caja y pagó.

Luego me invitó a almorzar y camino al restaurante, me dijo― Me gusta como caminas― ¡Claro! Estaba pasando por momentos algo bochornosos, excitantes, y morbosos, pues caminaba tratando de que mis secreciones no chorrearan por mis muslos y piernas.

Durante el almuerzo, me enseñó algunas de las prendas que me había obsequiando. Una de ellas me gustó especialmente, era un baby doll transparente de una sola pieza, muy pequeñito disque para doctoras, porque tenía una cruz roja, que me pidió lo usara para su regreso. Pero esta vez en su hotel, como visita a domicilio.

Charlamos y reímos de lo que comenzó como una simple charla de un laboratorio, luego en un encuentro sexual en mí consulta privada, y ahora, regalada con muchas prendas íntimas para que las usara para él. Nos despedimos, intercambiamos direcciones y correos, y quedamos a ponernos de acuerdo para vernos a su regreso.

Llegué a casa, y felizmente mi marido se estaba duchando, momento que aproveché para ducharme con él, luego cuando salimos del baño revisó “mis compras”, y me pidió que usara el baby doll para doctoras, a lo que le dije que no, porque ese era muy especial para un paciente.

― ¡Claro! Como yo no estoy enfermo, no te lo quieres poner para mí ―respondió.

― Así es, solo lo usaré para levantarle el ánimo a mi paciente―y ambos nos reímos.

El rogaba que era para en algún momento levantarle el ánimo a él, pero no fue así. Rodrigo regresó al mes y lo fui a visitar a su hotel. Una vez que atravesé la puerta de su habitación, entré directamente al baño y me puse su baby doll. Apenas me vio, se le “levantó el ánimo”, tanto, que regresé a casa arrastrándome y pidiendo a gritos un doctor de verdad, porque estaba toda molida de cansancio.

Cada vez que viene por cuestiones de trabajo, nos solemos citar en diferentes sitios pero sigue siendo mi paciente, y yo su doctora.

Saludos, Caro.

 

 

Caro y el sexo

Caro es una mujer dedicada a su esposo y a su hogar, cuando él está en casa. Es una reconocida profesional con un cargo importante donde trabaja y con una gran responsabilidad en su trabajo donde goza de gran confianza. Pero también  es una  mujer libidinosa, llena de morbo, un tanto exhibicionista, soñadora, que gusta mucho de bailar, y yo diría que hasta ninfómana. Su marido sospecha que tiene aventuras, como ella también sospecha que él las tiene, pero se respetan y tienen una premisa, que todo lo que hagan, lo hagan bien y siempre lo terminen.

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