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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Comienzos de Caro
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Debí haber comenzado por el principio contándoles, cómo fueron mis comienzos con las infidelidades, o qué fue lo que me marcó el rumbo para la doble vida que llevo, y que no me arrepiento, porque la disfruto a entera satisfacción.

Después de llevar una vida recatada, dedicada a los estudios y a mi profesión, conocí al que ahora es mi esposo; con él viví un enamoramiento muy al estilo de los cuentos de hadas. Luego de casados lo seguimos viviendo, pero creo, con el tiempo, en ambos casos, cuando no estamos juntos, compartimos nuestro amor con otras personas.

Antes de construir la propiedad que tenemos en la actualidad, vivimos en un departamento de un condominio en una urbanización privada. Un día muy temprano, y justo estando en los preparativos para cambiarnos a nuestra nueva casa, empaquetando y envolviendo cosas para su traslado, tocaron a mi puerta. Cosa rara, me dije, pues los de seguridad no me han llamado para avisar que tengo visita, así que pensé que era alguna vecina de los departamentos vecinos. Y como era de esperarse, estando en mi casa, andaba escasa de ropas con solo un camisón corto, y de los más viejos y desusados, solo por comodidad.

Abrí y oh sorpresa; me quedé de una pieza al verlo, pues no lo esperaba, y peor en estas fachas. Era un amigo íntimo al que no veía en años, pero con el que mantenía contacto, muy esporádicamente por internet, por encontrarse fuera del país.

Lo había conocido en una reunión cuando aún estaba en la universidad. Siempre gustaba de vestir muy elegante, era un amigo de esos a los que una les conversa todo, de esos amigos confidentes, y que son muy pocos a los cuales les puedes contar tus secretos, y él guardarlos. Lastimosamente, cuando me casé no pudo asistir a mi boda por encontrarse fuera del país. Estaba muy apenado por no haber podido asistir y siempre se reprochaba el no haber dedicado más tiempo a nuestra relación.

Lo hice pasar y le di consabido abrazo de bienvenida, luego de las disculpas del caso; él, por no haberse anunciado, y yo por mi vestimenta. Se sentó en uno de los sofás de la sala y yo enfrente de él tratando de cerrar las piernas para evitar que me viera más de lo debido.

Me hizo entrega de dos botellas de vino que expresamente había comprado para mí cuando estuvo de viaje. Nos pusimos a recordar los tiempos pasados y de la gran amistad que llegamos a cultivar, dando a notar el interés que sentía por mí desde antes de su viaje. Esa cosa me puso un tanto melancólica, pues su presencia siempre me alteraba por lo guapo que era, por sus pretensiones y atenciones de todo un caballero muy educado.

Me contó con tristeza, que él siempre pensó hacer su vida a mi lado, pero por cosas de la vida y de trabajo, tuvo que ausentarse.

― Lastimosamente, así es el amor ― le dije, y que él, en su momento, ya encontraría a la mujer de sus sueño― Yo ya encontré el mío y me siento amada y segura a su lado. ―Le comenté, que yo también había, en algún momento, pensado verme como su pareja porque me gustaba mucho y me sentía enamorada de él, pero en su ausencia de algunos años, llegué a conocer al que ahora era mi esposo, pero que no lo había olvidado.

Acto seguido, me pidió que brindáramos por ello y me pidió que abriera una de las botellas que ya había metido a la nevera. Me levanté con algo de dolor en mi espalda por el trabajo que implica guardar las cosas previo a un cambio de casa, dolor que él notó y se ofreció a buscar las copas en la cocina, cosa que rechacé porque yo era la que sabía dónde las tenía.

Me fui a la cocina para sacarlas de la estantería de arriba, sin darme cuenta de que me había seguido; estando empinada y en puntillas de pies. Noté su presencia detrás de mí, cuando apegó su cuerpo al mío, tomó las copas de mis manos y me ayudó a bajarlas.

El sentir su cuerpo rozar mi trasero, que sin duda quedó expuesto cuando levanté las manos, me hizo sentir una corriente por todo mi cuerpo, oler su perfume tan varonil, estar con ese hombre con el cual yo también había soñado, causaron estragos en mi comportamiento que me hizo ruborizar, y a la vez, excitar.

Luego de varias copas, y de conversar de nuestras vidas, sacó de una fundita de una boutique, un paquetito muy elegantemente envuelto; me lo dio y me dijo― Yo sé que es un atrevimiento el hacerlo a estas alturas de la vida, pero siempre te soñé con eso puesto solo para mí. Es tarde, puesto que tu cuerpo ya pertenece a otro, pero no es tarde para hacértelo saber y que lo uses cuando tú lo desees, y pienses en mí cuando lo hagas, aunque sea por una única vez.

Me pareció algo tan tierno su gesto y me causó un poco de tristeza, porque a la mujer de sus sueños nunca la vería con eso puesto, hasta ese momento.

Saqué del paquetito su regalo y me encontré con un baby doll de lo más erótico; un hilito dental minúsculo y una camisetita de tirantes completamente transparente que llegaba justo por debajo de las areolas, o sea, que ni siquiera tapaba los senos completamente. De seguro, ambas prendas entraban en una cajita de cigarrillos, jajá. Me quedé mirándolo y su cara expresaba tristeza. Me levanté, le abrí mis brazos sin importarme que el camisón se levantara y dejara ver mis partes íntimas, y le di un gran abrazo, al que respondió de la misma manera. Mientras me tenía abrazada, apegada a su cuerpo, y empinándome un poco, le di un beso muy tierno en su mejilla; en señal de agradecimiento a aquel regalo, y sin separarnos de ese abrazo, vinieron los besos de él, en mi frente, orejas y cuello. Nos estábamos dejando llevar por la excitación y el placer. Me abracé a su cuello y mirándonos fijamente nos dimos un beso eterno en la boca mientras sus manos bajaban a tomar posesión de mis nalgas que apretaba con desespero contra su cuerpo.

Lo separé de golpe, aunque no lo quería hacer, le dije que me disculpara, que me dejé llevar y le eché la culpa al vino que ya me tenía mareada, que de ver ese regalo y que sabiendo de sus pretensiones me había hecho excitar. Me volvió a tomar de las manos, me atrajo hacia su cuerpo, y me volvió a besar para que dejara de hablar. Le dije que lo que estábamos haciendo estaba mal sin quitar mi boca de la suya. No hizo efecto alguno y le dije que estaba sudada, pero tampoco sirvió. En realidad, yo no quería despegarme de él, ni él de mí.

Él sabía que ya me tenía muy excitada y entregada, pues mi boca no solo lo besaba, sino que, no paraba de succionarle la lengua, mis manos lo apretaban contra mi cuerpo, y aunque le seguía insistiendo que lo que estábamos haciendo estaba mal, mi cuerpo y comportamiento, decía y hacían todo lo contrario ¡que lo estaba disfrutando!

En un momento de respiro, ya toda alterada, le dije que me disculpara, que tomase la otra botella de vino de la nevera y me esperara, que iría a guardar su obsequio para no dejarlo olvidado en la sala

Dejé el regalo sobre la cama y me metí a la ducha, pero cuando me enjabonaba, pensaba que mis manos eran las suyas y en vez de aplacar mi excitación, esta fue aumentando a tal grado que estaba a punto de correrme. Salí del baño y miré el baby doll, al tiempo que pensaba, que, si ya me había estado besando con aquel hombre al que deseaba, y del que estuve alguna vez enamorada, ahora, estando ya casada, en mi departamento, casi desnuda, y después de haber hecho lo que habíamos hecho, ya había cometido infidelidad.

En ese momento, Caro, la Caro que transpira erotismo por todos sus poros, la libidinosa y morbosa estaba tomando posesión de mi cuerpo. Me unté crema corporal, me perfumé y me puse las prendas obsequiadas por él, me puse frente al espejo, y me sentí como cuando por primera vez una mujer se entrega a un hombre. Temblaba de excitación, morbo y temor. Temor porque por primera vez iba a serle infiel a mi esposo, y como siempre digo, ya había dado el primer paso, y no había vuelta atrás.

Salí del dormitorio y le dije― Me lo he puesto solo para ti, porque has soñado verme con esto puesto, y quiero darte ese gusto para que lo disfrute. Este es mi regalo, aún no sé qué es lo que estoy haciendo, le estoy siendo infiel a mi esposo por primera vez, pero me nace hacerlo contigo.

Él, sorprendido de verme así casi desnuda, se levantó del asiento, me extendió sus manos, tomó las mías, me hizo dar una vuelta para verme toda, me abrazó, me preguntó de por qué temblaba, y sin darle una respuesta, alcé los brazos para agarrarlo de las mejillas y comerme su boca a besos. Sus manos recorrían todo mi cuerpo, mientras sentía, a través de sus pantalones latir su pene que quería salir en busca de algún agujero donde encontrar cobijo en mí. Mi cuerpo excitado se movía con muy notorios movimientos sexuales, y mis manos desesperadas, buscaban la cremallera de su pantalón para hacer suyas ese pedazo de carne que sería mío por primera vez.

Logrado el cometido de mis manos, me agaché para mamarlo, masturbarlo y masajearlo, mientras él, me sacaba la camisetilla de tirantes y así dar buena cuenta de mis tetas ya a punto de reventar. Yo no quería dejar de mamar tan rico manjar, pero las piernas me dolían, así que me erguí y me puse de espaldas a él. Sus manos seguían estrujando mis tetas mientras su boca me comía a besos mis mejillas y cuello. Y yo gimiendo, y empinándome un poco con movimientos muy rítmicos de mis nalgas hacia delante y atrás, hacía que su pene se lubricara más entre mis piernas, sintiendo su calor y la rigidez de tan tremenda erección.

¿Pensar en retroceder el tiempo y parar todo?, ni pensarlo siquiera, más bien, quería que fuera eterno. Lo estaba disfrutando al máximo, el morbo de verme así, entregada y poseída, me dejaría marcada de por vida.

Tomé sus manos y las bajé hasta mis caderas mientras me agachaba para apoyar las mías sobre la mesa de centro, comencé a menear mis nalgas en un acto de invitación a la cópula, como lo hacen las perras en celo cuando quieren que un macho las monte. Me pidió que lo dejara desnudarse, a lo que le dije que no, que lo quería en ese momento, que no aguantaba más, que estaba a punto de tener un orgasmo y que quería su pedazo de carne caliente dentro de mí. Cogió su pene y lo encajó de un solo golpe, todo fue que arremetiera unas cuantas veces, para hacerme retorcer, gemir y temblar de placer; acababa de tener mi primer orgasmo del día.

Él continuó arremetiendo, a la vez que me daba de nalgadas con tal fuerza que, en vez de causarme dolor, me excitaban mucho más, arrancándome ayes y gemidos cada vez más fuertes. Gemidos que nos llevaron a tener un orgasmo al mismo tiempo; en mi caso, el segundo.

Hace un momento dije que este evento me marcó de por vida, es porque ahora, una de las cosas que más me mata de morbo, me desubica, y me vuelve loca, es recordar ese día. Primero, porque fue mi primera infidelidad. Segundo, porque tener sexo con otros hombres, para mí, es como tener cada vez una aventura distinta, el coqueteo, el trato, el manoseo, los besos, los olores corporales, las penetraciones, todo es diferente, hasta los penes; unos muy grandes que causan dolor, otros normales y otros muy chicos que no califican, pero todos dan placer.

Ahora bien, ese día me dejó una fijación por el sexo estando yo desnuda y el hombre vestido. Eso de estar completamente desnuda ante uno o más hombres vestidos, de saberme deseada e indefensa ante ellos; de sentirme su objeto sexual dispuesta a darles placer, y hacer todo lo que me pidan u obliguen, con tal de satisfacerlos, me erotiza y mata de morbo y placer.

Luego de que él acabó, me senté en la mesa de centro, tomé su pene, y me dediqué a limpiárselo prolijamente con mi boca. Lo ayudé a desnudarse y lo llevé de la mano a ducharse conmigo. Nos secamos y lo llevé a la cama, él sentado y yo acostada boca abajo, esperando que me montara de nuevo. Entonces me preguntó, que cuál era mi velador

― ¿Por qué preguntas eso? ―le dije.

― Porque quiero saber que guardas en tu cajón

― Ese que está a tu lado ―le contesté.

Lo abrió y se encontró con unas cremas y un plug dilatador de anos― El mío, tiene una cola de venado.

Se sonrió, y enseñándolo me dijo ― ¡Ah! Así que eres juguetona y te gusta que te den por ahí.

Le sonreí, y algo ruborizada le contesté― Si, me vuelve loca de placer cuando mi marido me lo hace por ahí.

― Entonces, vamos a jugar por ahí ―dijo y cogió una crema y el plug, lo embadurnó, abrió mis nalgas, me besó mi anito haciéndome suspirar cada que su lengua jugaba con él tratando de entrar, luego metió sus dedos también untados con crema, jugó otro rato y luego me metió el aparato para dilatarme.

Se acostó boca arriba y me tiré sobre él para comérmelo a besos hasta que logré que su pene recobrara bríos nuevamente. Lo monté y cabalgué hasta tener nuevamente otro orgasmo que fue muy rápido porque el plug también se me movía a cada brinco que daba sobre su pene y me provocaba doble placer y excitación.

Ya agotada, me dejé caer boca abajo a su lado. Se levantó, se puso sobre mis piernas, me levantó de las caderas, jaló del rabo de venado y sacó el plug, al tiempo que decía que ahora sí iba a sentir un verdadero rabo metiéndose en mi culo. Acto seguido, enfiló su pene entrando un poco a la fuerza, pero sacándome gemidos muy placenteros.

Me pareció que me copuló por horas, lógico, los hombres tardan más en llegar al segundo clímax después de su primer orgasmo, pero lo disfruté tanto que me regaló otro orgasmo más, y placer a raudales.

Terminado esto, me besó tiernamente, me agradeció y se metió a dar otra ducha, luego salió, y le pedí disculpas por no querer irlo a despedir. Con la cara boca abajo sobre la cama, y sin ganas de moverme, le dije que él sería desde ese día mi segundo marido, y que ya lo diera por hecho, que yo era su hembra; que quería seguir sintiendo su semen dentro mío y chorreando por mis orificios, que estaba muerta de cansancio, y que dejara todo así como estaba, que ya me levantaría luego para arreglar las cosas. Se agachó a darme otro beso en la boca y se fue.

He tenido encuentros con él, cada vez en lugares distintos, cuando nos ponemos de acuerdo y planificamos viajes de trabajo fuera de la ciudad, salvo que él se encuentre de viaje fuera del país.

Es así como comencé a disfrutar la vida de mujer infiel, libidinosa, morbosa y descocada.

 Saludos, Caro.

 

 

Caro y el sexo

Caro es una mujer dedicada a su esposo y a su hogar, cuando él está en casa. Es una reconocida profesional con un cargo importante donde trabaja y con una gran responsabilidad en su trabajo donde goza de gran confianza. Pero también  es una  mujer libidinosa, llena de morbo, un tanto exhibicionista, soñadora, que gusta mucho de bailar, y yo diría que hasta ninfómana. Su marido sospecha que tiene aventuras, como ella también sospecha que él las tiene, pero se respetan y tienen una premisa, que todo lo que hagan, lo hagan bien y siempre lo terminen.

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