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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Caro y los alemanes amigos de su esposo
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Descansados y listos para el viaje, después de la fiesta que se armó tras la cena en casa, nos encontramos en el hotel con Aurel, Bruno y sus esposas; los dos chicos que vinieron con ellos de Alemania, y se unieron al grupo las dos chicas que pertenecían a otra empresa y que habían estado en nuestra casa; cosa que no nos incomodó, puesto que sin ellas no hubiera sucedido lo que sucedió en esa velada; además, ellas iban para hacer pareja con los chicos.

Los saludos de rigor y miradas cómplices con Aurel y Bruno; por ahora la ropa era diferente, mucho más abrigada y pantalones jean. Nos esperaba un viaje muy largo, de cerca de cinco horas yendo despacio, e iríamos parando en cada lugar para tomar fotos y probar la comida típica de cada sitio. En todo caso, llegaríamos a una ciudad más poblada y desde allí saldríamos para cada sitio turístico a visitar.

Llegamos al hotel en la tarde; a los casados, nos dieron unas cabañas de madera muy bonitas a unos 50 m. de la administración, separadas por una hilera de grandes árboles, y entre ellas, por jardines y senderos.

Las salas eran muy acogedoras, con muebles de maderas típicas de la zona; una chimenea central para irradiar calor a la sala, al jacuzzi y a la gran cama, que, como pared, tenía un gran ventanal panorámico con grandes puertas corredizas, que daban a una especie de jardín para tomar sol, muy discretamente separado de la vista de las demás cabañas por cercas vivas de arbustos muy frondosos, y que, como fondo, tenía kilómetros de valles y bosques para disfrutar.

Todo el ambiente estaba alfombrado y lo único privado de la cabaña, era el baño, y una sauna como para 4 personas, todo bien pensado y en su sitio.

Las chicas con los alemanes solteros, prefirieron quedarse en habitaciones cerca del edificio de la administración donde estaba el restaurant y la discoteca.

Se trataba de un lugar paradisíaco y como no era temporada de turismo, todas las instalaciones, bosques y valles eran solo para nosotros.

Nos aseamos y cambiamos para reunimos con la operadora turística y coordinar nuestras salidas. Luego de medio cenar, porque habíamos comido durante todo el viaje, nos fuimos a recorrer las instalaciones del complejo para conocerlo y ubicarnos mejor.

En la caminata, conocimos a otras dos parejas de alemanes que justamente estaban haciendo turismo de escalada; habían venido solo a escalar nevados o a hacer andinismo, y se unieron a nuestro recorrido por haberse encontrado con sus coterráneos; de paso, con los mismos gustos aventureros de nuestros amigos.

Esa noche estábamos cansados, y ya se había acordado con la operadora, de que al día siguiente nos recogerían a las seis de la mañana para llevarnos al refugio del nevado, que estaba a unas tres horas de viaje desde ese punto; y más dos horas de caminata estando ya en el sitio. Las esposas de Aurel y Bruno, junto con mi esposo, hicieron buena liga con las otras dos parejas, y terminaron invitándolos al paseo.

Cerca de las doce de la noche, antes de retirarnos decidí no ir, en vista de que tenía la presión alta, y a mí me afecta mucho la altura, y caminar hasta el refugio, significaría de seguro, dolor de cabeza y hacerles pasar un mal rato a todos; así que les propuse quedarme para salir de compras por la ciudad, y visitar a unos amigos hasta esperar su regreso, y que según la operadora sería a esos de las diez de la noche dependiendo del clima y del carretero por los deslaves y lluvias de la zona.

A las cinco treinta de la mañana, mi esposo se despidió y salió con rumbo a la administración que era el punto de encuentro donde se embarcarían en la buseta. Yo seguí durmiendo hasta las siete en que pedí a la administración que me mandaran a poner más leña a la chimenea, pues, a pesar de haber un sol muy radiante afuera, hacía mucho frio dentro de la cabaña. Llegó un chico que atizó el fuego y le agregó más leña, al tiempo que me sugirió que mejor abriera los ventanales de vidrio y dejara que el sol calentara la cama y la cabaña; o si no, que saliera a tomar el sol directamente al exterior. Entonces le pedí que, de una vez el mismo dejara abiertos los ventanales y las puertas.

Efectivamente, el ambiente se llenó de una brisa cálida con la fragancia de los bosques de pino y eucaliptos, cosa que me reanimó y revivió en mí el espíritu aventurero.

― ¿Entonces, hasta dónde puedo avanzar si me voy a caminar? ―pregunté al chico.

― Puede avanzar hasta más allá del bosque y llegar a un riachuelo donde se pescan buenas truchas, pero le recomiendo no bañarse ahí porque el agua es muy fría.

― ¿Entonces, puedo andar como a mí me dé la gana y nadie me verá o molestará?

― No se preocupe, toda esta zona es privada y nadie, salvo los huéspedes y algunos venados pueden andar por estos parajes. Por cierto, tenga cuidado con los venados, están en época de apareamiento, y por lo general a las mujeres no les hacen nada, pero a los hombres si los suelen atacar; pero es igual, tenga cuidado.

Me levanté, me cepillé los dientes, llamé a la administración y les pedí que en una hora me mandaran a dejar mi desayuno, con huevos fritos, tocino, panes, jugo y mucha mantequilla. Me saqué mi batona de dormir, dejé las zapatillas al pie de la cama, y salí al jardín.

Sentir la hierba húmeda bajo los pies, es lo más rico y cercano a al éxtasis. Sentir el sol radiante abrazándote todo el cuerpo, es como tener un orgasmo. Con todas las energías renovadas en mi cuerpo, comencé la caminata disfrutando de la naturaleza pura.

En realidad, no había caminado ni doscientos metros, y no habrían pasado ni 30 minutos, cuando regresé a ver hacia la cabaña y noté movimientos de personas en ella. No tenía mi celular, no tenía nada de nada, estaba desnuda y sin saber qué hacer. Me llené de valor y comencé a regresar, y cuando estuve a unos cincuenta metros, me di cuenta que eran Aurel y Bruno sentados mirándome.

― ¿Cómo así están aquí? ―les pregunté, mientras corría en busca de mi batona, y me tapaba los senos y la vulva con las manos.

― Bueno, decidimos quedarnos porque también nos afecta la altura, y pensamos en traerte el desayuno y pasarla contigo.

― Bueno, primero que nada, yo quería un poco de privacidad, porque decidí caminar por el bosque. Segundo, no sé qué están pensando de mí ahora que me han encontrado desnuda; yo sin mi marido y ustedes sin sus esposas, en un lugar tan apartado como éste y sin tener quien me pueda ayudar en caso de que ustedes tengan planificado hacer algo conmigo, y por lo que veo, las tres botellas de vino, la tabla de jamones y quesos más sus miradas, no es nada bueno lo que me espera ―las risas no se hicieron esperar.― Señores, me van a disculpar ―les dije― la desnudez es parte de mi ser y de mi vida cotidiana, pero en esta ocasión, me he sentido algo avergonzada ante ustedes porque me han encontrado desnuda, pues no los esperaba, a pesar de que ha sido una grata sorpresa.

Pusieron todo lo que traían sobre la mesa del jardín, nos acomodamos en el único banco largo frente a la mesa, con vista al bosque, y me hicieron espacio en medio de los dos. Sirvieron las copas de vino, y brindamos por el encuentro "fortuito".

― Me perdonan, pero necesito desayunar mis huevos y mi jugo, el vino muy temprano en las mañanas a mí me hace marear enseguida, peor, si no he desayunado bien.

Desayuné mis huevos, degusté los jamones y quesos y bebimos vino mientras conversábamos de la noche de la cena que terminó en fiesta.

Aurel, un tanto con más autoridad y confianza por lo que hicimos esa noche en mi casa, me tomaba de la cintura y de repente me acarició las nalgas por encima de la batona de seda. Bruno en cambio, deseoso por hacer sin duda lo mismo que Aurel, solo atinaba de vez en cuando a darme de beber y poner bocaditos en mi boca, y cada que reía, apoyaba su gran mano sobre mi muslo para acariciarlo, subiendo al disimulo cada vez más la batona que de por sí, era corta.

Luego de botella y media de vino, más que alegrona y excitada de tantos manoseos y sobajeos, me estaba descontrolando al extremo de que todo me causaba risa. Mis manos también comenzaron a sentir la necesidad de tocar. Cada vez que ellos me daban de beber de sus copas, o yo les daba de comer en la boca, me apoyaba en sus entrepiernas, y al disimulo les acariciaba o toqueteaba sus grandes penes; claro está, dando gritos de exclamación o de asombro al haber tocado algo que me había sorprendido― ¡Uyyy, perdón! ¿qué es esooo?; ¡Eyyy! ¿tienes algo grande que está latiendo ahí y se te quiere salir?! ―y todo era risa. Cuando se acabó la segunda botella, yo estaba bastante mareada y completamente perdida.

El morbo me mataba cuando me giré para ponerme frente a Bruno y pasarle una aceituna, de mi boca a la de él, para eso, tuve que pasar mi pierna por encima del banco y esquivar el cuerpo de Bruno que lo tenía apegado a mi lado, por lo que tuve que hacer maromas levantando mucho la pierna, dejando ver mi tesoro ante los ojos de Bruno; momento que aprovechó Aurel para sacarme la batona y dejarme desnuda de espaldas a él y frente a su amigo.

Tomé una aceituna y la puse en mi boca; con señas invité a Bruno a que la tomara con la suya; se me acercó, lo tomé de la cabeza y esa aceituna terminó en un largo beso, que casi nos quedamos sin lenguas. Sus manazas inquietas ya estaban acariciándome los muslos y la entrepierna. Y las manos de Aurel, que ya se había puesto en la misma posición detrás de mí, me estaban estrujando las tetas mientras me besaba la nuca.

No estaba entre la espada y la pared; pues estaba, entre dos mandobles, uno detrás y el otro delante mío, a punto de ser desenfundados por aquellos dos teutones que ya se los sobajeaban con ambas manos.

Tuve que pedirles tregua, estaba en éxtasis, estaba en el borde mismo de la depravación, tan alborotada sexualmente que una brisa en mi piel desnuda en ese momento, hubiera desatado una violación en cadena de todos los hombres de ese pueblo. Paré todo de golpe, y me incorporé diciéndoles― ¿Ya están listos para la guerra?, entonces es hora de revisarles sus armas― Me paré sobre el banco frente a Bruno, y como chico malcriado, tomándome de la cintura, no dejaba de chuparme las tetas mientras yo trataba de sacarle la camiseta, luego haciendo equilibrio avancé hasta Aurel a hacerle lo mismo; regresé donde Bruno, me senté en el banco frente a él y lentamente le bajé la bermuda para que su garrote no me golpeara la cara de golpe. Era una belleza de mandoble, era definitivamente una belleza de pene; y ahora le tocaba el turno a Aurel, que también lo tenía lindo y ya había sido mío antes.

Ahora sí, ya desnudos, los hice sentar tal como estábamos, todos sentados a horcajadas en la banca, ellos uno frente al otro y yo en medio de espaldas a Aurel y frente a Bruno. El sentir el hierro ardiente de Aurel golpeando mis nalgas, el ver el gran y descomunal pene de Bruno apuntando al cielo, provocaba en mí, una gran desesperación y el imparable deseo de tenerlos en mi boca y dentro mío. Así que, manos a la obra, me agaché hacia adelante y agarré con ambas manos al pene de Bruno y lo comencé a lamer y besar cuan largo era. Mientras Aurel, retrocedió un poco para poder encajar el suyo en mi vagina en la pose de perrito.

Desde ese momento todo fue placer, ya tenía en mi boca el gran pedazo de carne de Bruno, que me tenía maravillada por lo grande que era. Aurel estaba haciendo lo suyo, el golpeteo de su cuerpo contra mis nalgas, los gruñidos de ambos más mis gemidos, se confundían con el cantar de los pájaros. Así estuvimos por un buen rato hasta que quise sentir el mandoble de Bruno dentro de mí. Cambié de posición, me levanté, y ahora me puse de espaldas a Bruno, mientras él sentado, esperaba con su gran pene en la mano que yo me lo encajara en la vagina; abrí las piernas, y tuve que empinarme para acomodarlo y dejarlo listo para que fuera penetrando a medida que yo me iba sentando sobre él; maniobra que tuve que hacerla algo rápido en vista de que no podía estar mucho tiempo empinada por el dolor en mis pies. Pero el grosor al inicio no era tanto el problema, pues con algo de dolor y ardor se pudo encajar muy bien parte de él; lo que me preocupaba era que se iba haciendo mucho más grueso a medida que avanzaba en su longitud, y sí que era muy largo. Pero el morbo reinante, el olor a sexo, mis contoneos de depravación en busca de placer, hicieron el resto. Bruno me echó hacia adelante apoyándome ambas tetas sobre sus manos, y en esa pose, me alejaba y me atraía hacia su cuerpo, para ir penetrando cada vez más y más. Yo solo atinaba a gemir y chillar cuando sentía algo de dolor o ardor.

Hasta entonces, Aurel, que solo había estado de espectador, se acercó y me puso su pene a disposición de mis manos y boca. Luego Bruno me tomó de las caderas y me elevó para dejar mis rodillas sobre el banco, mientras él, se paraba para poderme copular de esa manera. Las arremetidas de Bruno fueron tan fuertes que a cada envestida resonaban mis nalgas sacándome gemidos y gritos de dolor y placer, mientras yo le suplicaba que no parase.

Ya muy cansada, dolorida, mareada y chorreando semen por todos los orificios, me llevaron a la ducha. Luego me sumergí en el jacuzzi mientras ellos se fueron a asear a sus respectivas cabañas. Después, pedí que fueran a arreglar la habitación y recoger todo el relajo que hicimos, luego, me volví a acostar para descansar y salir a almorzar más tarde.

Tanto sería mi cansancio que cuando me desperté, totalmente desnuda, ya eran las dos de la tarde, la habitación y el jardín ya estaba arreglados, y Bruno y Aurel me estaban contemplando en vista de que por más que me habían tratado de despertar, yo no respondía.

― Hola chicos―les dije― ¿Por si acaso no vieron qué tren me atropelló? ―les pregunté, esbozándoles una sonrisa cómplice.

― ¿Me van a dar de comer de nuevo?

― ¡Claro que sí! ―me contestaron.

― Bueno, entonces primero me llevan a comer alguna comida rica, y luego me vuelven a dar huevos y leche, porque de verdad, hubo un momento que creo me he quedado dormida, por ende, todo ese tiempo no lo disfruté; por lo tanto, habrá que repetir, jajá.

Me vestí con una faldita jean y una blusa, un abrigo y botas y nos fuimos al restaurant, les pedí comidas típicas para que ellos las degustaran, y comimos como náufragos. Con toda una mañana de sexo, a quién no le da hambre. Luego de almorzar, pedí un taxi y me los llevé por los centros comerciales y lugares más representativos para hacer turismo; la gente nos veía extrañada, dos gigantones con una mujer menudita que los llevaba de la mano. Hicieron muchas compras, y algunas de ellas fueron para mí, como regalos de ellos. También fuimos a tomar chocolate caliente, a tomar helados y regresamos con dos botellas de vino más.

Pasamos dejando mis compras por mi cabaña y luego Bruno me llevó a la suya, mientras Aurel se fue a la de él; cómo así Aurel no se quedó, le pregunté a su amigo― Bueno, quise que me dejara a solas contigo ―dijo mientras se sentaba en la cama y me llamaba con un gesto de manos para que me sentara sobre sus piernas. Me senté, me abrazó con un brazo y con la otra mano, comenzó a acariciarme las piernas y muslos mientras me olía y besaba. Yo lo abracé del cuello que parecía de un toro, y le daba de besos agradeciéndole lo rico que me había hecho sentir. Sus manos grandes y velludas me hacían cosquillas a la vez que me estaban excitando porque ya no solo tocaban mis muslos. Y yo al oído le decía, entre gemidos, que no siga porque nuevamente me estaba excitando y poniendo muy putita. Sonrió, y me dijo ― Así te quiero.

― Entonces sigue ―le dije, mordiéndole y lamiéndole la oreja, a la vez que le jadeaba más seguido y me movía convulsionando cada que me metía sus dedos o tocaba mi clítoris.

Se detuvo para desabrocharme la blusa que me la sacó y tiró a un lado, luego hizo lo mismo con mi faldita, hasta que me tuvo desnuda sobre sus piernas. Giré, abrí mis piernas y lo monté poniéndome frente a él; mientras tomándolo de la cara, me lo comía a besos. Sus manos agarrando mis nalgas las trataban de restregar sobre su enorme bulto que ya tenía hinchado completamente.

Me abalancé sobre él y lo hice caer acostado boca arriba, momento que aproveché para montarlo y ponerle mi vagina sobre su boca, mientras me hacía gemir con su lengua hurgando dentro de ella. Luego giré y en esa misma pose, le saqué su gran pene y me puse a mamarlo mientras él hacía lo mismo conmigo en un espléndido 69.

Después de estar dándonos atenciones de ese modo, él me tomó y me puso en cuatro, me hizo pegar el torso a la cama dejando mi culito al aire, y me volvió a copular vía vaginal. En eso paró, y me pidió que lo dejara penetrarme por vía anal, a lo cual yo le dije ―Pero si ya lo hiciste en la mañana, solo que sin duda no lo sentí, de lo contrario, cómo es que estuve chorreando semen por ahí, y hasta con un hilito de sangre porque sin duda me desgarraron el esfínter.

― No, fue Aurel el que te penetró por ahí, yo lo quise intentar cuando dormías, pero aparentemente te causaba algo de dolor porque mi pene es mucho más grueso y largo que el de Aurel.

― ¡Ay mi amor! ―le dije― no puede ser que tu cosita se quede sin probar este culito rico, y que tampoco que mi culito no pruebe lo tuyo. Venga, aproveche que me tiene así, en esta pose, y comience jugando con sus deditos, yo trataré de relajarlo para que me duela lo menos posible; pero, si ya comienza a meterlo, y mientras yo no le diga que pare, usted siga intentando, así chille, grite o patalee; aquí la palabra clave es ¡Pare!

Cerré los ojos y me dediqué a disfrutar cada movimiento, cada dedo; a hacerme a la idea de que lo que venía era lo más rico del sexo; me deprava y enloquece el sexo anal.

Cuando hubo entrado el tercer dedo con algo de dolor lo seguí disfrutando, y fue cuando le dije que ya era hora de que lo intentase. Noté cuando la cabeza ya estaba dentro, y luego con empujones y retrocesos, fue entrando poco a poco parte del cuerpo. Ya me ardía algo y me quemaba, eran las fibras musculares que estaban tensas y no se relajaban; yo pensé que ya había entrado la mayor parte, pero estaba bien equivocada, faltaban dos tercios de aquella cosota.

Quise ayudarlo haciendo movimientos rítmicos, pero algo dolorosos. Entre ayes y gemidos, le dije que acometiera sin parar, que yo lo quería adentro, y que él quería entrar, así que no habría vuelta atrás. Bruno me jalaba de las nalgas y yo acometía con ellas. Hubo gritos y hasta lágrimas, pero iba pasando la barrera del dolor intenso; ya no era el dolor de lo estrecho de mi ano; ¡no!, era el dolor de tener aquello tan largo perforándome las entrañas. Pero entró, una pausa hasta que el dolor se disipó, y el entrar y salir lo hizo muy placentero luego, pues toda esa región la tenía adormecida.

Seguimos por largo rato teniendo sexo. Me explicó que a su mujer no le gusta que se lo haga por detrás, porque le causa mucho dolor y además que a ella no se lo puede meter todo, ni por delante, peor por detrás. Y que no le gusta hacerlo con prostitutas porque le huyen cuando le ven el tremendo pene. Me dio mucha pena escuchar eso, así que le dije― Ya encontraste a la mujer que te puede dar gusto en todo; cada qué vez vengas a este país, ya sabes que me tienes a mí para darte placer, y que este culito es tuyo y a tu medida.

De pronto, sonaron los dos teléfonos al mismo tiempo, el de él recibiendo un mensaje; y el mío que era mi esposo diciendo que ya estaban por llegar, que adelantaron el regreso por el mal tiempo y que recién había podido coger señal.

― ¿A cuánto estás de llegar?

― Tal vez a veinte minutos, estamos entrando a la ciudad.

― ¡Uyyy! ―le cerré, se lo conté a Bruno que confirmo lo dicho con el mensaje de su esposa que le decía que estaban de regreso antes de tiempo. Agarré mi ropa y como venada en monte, corrí desnuda hasta mi cabaña a bañarme y cambiarme de ropa.

Cuando llegaron, supuestamente nada había pasado, ellos comentaron su aventura, y nosotros inventamos la nuestra. El día siguiente fue de recorrido en la buseta por lugares turísticos fuera de la ciudad. En la noche estuvimos en la disco, bailé con todos, y planificamos encuentros con Aurel y Bruno, unos a su regreso, y otros en Alemania, puesto que, según ellos, me había ganado un viaje con gastos pagados.

Cuando mi esposo me reclamaba de que por qué intercambiaba muchas miradas con ellos, y que juraba que hasta me había visto coquetearles, sonreírles y hacerle señas, yo también atacaba de la misma forma― ¿Acaso crees que no me he dado cuenta de que tú eres el que coqueteas con las esposas de ellos? Hazme el favor y no mires en mí, lo que en tú conciencia no te deja en paz.

― ¿Sabe qué amor? vivamos en paz; ¿de acuerdo?

Ya de regreso en la ciudad, los fuimos a despedir al aeropuerto. Fue muy triste porque en tan poco tiempo hicimos muy buena liga entre todos, Todavía nos mantenemos en contacto, los negocios si se dieron con la empresa de mi esposo, y en algún momento hemos de viajar para allá.

 Saludos, Caro.

 

 

Caro y el sexo

Caro es una mujer dedicada a su esposo y a su hogar, cuando él está en casa. Es una reconocida profesional con un cargo importante donde trabaja y con una gran responsabilidad en su trabajo donde goza de gran confianza. Pero también  es una  mujer libidinosa, llena de morbo, un tanto exhibicionista, soñadora, que gusta mucho de bailar, y yo diría que hasta ninfómana. Su marido sospecha que tiene aventuras, como ella también sospecha que él las tiene, pero se respetan y tienen una premisa, que todo lo que hagan, lo hagan bien y siempre lo terminen.

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