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La Página de Bedri
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Me llamo Laura y hace un año que había empezado a trabajar en una prestigiosa empresa de prensa, y como cualquier otra editorial, mantenía un contacto estrecho con mis compañeros de trabajo, especialmente con mi jefe. Era estricto en lo que respecta al trabajo, pero aún era joven. Me pregunto cómo llegó a dirigir una empresa de primera categoría a la edad de treinta y seis años, que luego me di cuenta de que se debía a que era una empresa familiar y que se la transmitieron para que la dirigiera.

Sólo había una razón por la que mi jefe me contrató, y me di cuenta por las miradas que me dirigió durante la entrevista. Muchos de mis anteriores compañeros de la universidad me habían lanzado las mismas miradas, sabiendo que, para muchos, yo era considerada hermosa. Con veintisiete años, medía alrededor de un metro setenta y pesaba unos cincuenta kilos. Tenía la piel clara y delicada, una larga y sedosa cabellera negra, unos pechos de buen tamaño y una figura llamativa. Al principio, cuando me llamaron para ofrecerme el trabajo en la editorial, no estaba muy entusiasmada, pero esa noche en concreto, soñé con mi jefe y con lo guapo que era. Medía 1,70 metros, tenía los hombros anchos, una complexión atlética y unos tentadores ojos verdes a juego con sus maravillosos mechones dorados.

― Laura, el jefe dice que tienes que hacer horas extras hoy, debido a las cosas que quiere que termines ―dijo mi compañero de trabajo.

― ¿Qué...? ¡Oh! Sí... no pude guardar la plantilla para la colección de otoño ―Respondí, y con un suspiro, volví al trabajo, con la esperanza de acabar antes de la mañana siguiente y dejar el trabajo sobre su mesa. A medida que pasaban las horas, la oficina comenzó a vaciarse, hasta que me quedé sola, o eso creía. De repente sonó el teléfono, lo que me pilló desprevenida. ― Señorita Laura, la espero en mi despacho en dos minutos ―dijo mi jefe, Jacobo. Me levanté y sin perder tiempo me dirigí a su despacho.

Cuando llegué, llamé primero, mis manos se posaron lentamente en el pomo y abrí cuando él me dijo que pasara. Miré su hermoso rostro y tragué saliva― ¿Pasa algo, señor? ―pregunté nerviosa. Me indicó que me acercara a su escritorio y así lo hice.

Consternada como estaba, me puse directamente frente a él mirando hacia abajo, sentado en su escritorio― No pasa nada Laura, sólo quería decirte que hoy estás excepcionalmente guapa ―susurró. Noté sus manos subiendo por mis piernas, sus dedos tocando mi piel blanca. Me sonrojé intensamente, respirando profundamente― Debo decir que sigues siendo tan obediente como siempre ―me dijo con su voz almibarada. Mis piernas empezaron a temblar ya por la idea de lo que me tenía preparado, mis pezones ya erectos, ya perceptibles a través de mi blusa blanca, mi coño afeitado empezando a mojar las bragas de encaje, y mi cuerpo ardiendo de pasión.

Le empujé hacia el asiento de cuero y me desnudé para él. Empecé a desabrocharme la blusa, y luego la tiré al suelo. Deslicé coquetamente mis manos por los costados y me bajé la cremallera de la falda, dejándola caer al suelo, pateándola hacia un lado con mis brillantes tacones. Mis manos se fueron hacia la parte trasera de mi sujetador y lo desabroché. Al instante cayó al suelo y oí a mi jefe reírse a carcajadas, mirando su tentador rostro. Mis manos empezaron a masajearme los costados, yendo hasta mis pechos y rodeando lentamente mis pezones que seguían endureciéndose.

Poco después, pasé las manos desde mis pechos hasta el estómago, pasando por las piernas y subiendo por los muslos para finalmente entrar entre ellos. Gemí de placer, y noté que sus ojos no perdían de vista mis manos que palpaban mi cuerpo. Empecé a bajarme las bragas y hasta que me puse delante de él sin nada más que el brillo de mi piel y una sonrisa seductora en mi rostro. Se puso rápidamente de pie, pasando sus manos alrededor de mi cintura, acariciando de arriba a abajo mis costados, pero le volví a empujar en su asiento y sonreí disimuladamente. Miré hacia abajo y noté el bulto que empezaba a notarse en sus pantalones.

― Alguien parece travieso... ―susurré con sensualidad. Levanté una pierna, lo suficiente para que pudiera verme el coño húmedo y depilado. Coloqué un tacón entre tus piernas, sólo la punta, encima de su entrepierna, y la parte trasera de mi tacón sobre el asiento de cuero entre sus piernas. Empecé a acariciarle la polla endurecida, masajeándola con mi tacón y al instante lo oí gemir y respirar irregularmente― ¡Oh, nena... estás tan jodidamente caliente...! ―me dijo con pasión y un placer irresistible. Sonreí y volví a bajar las piernas al suelo― Todavía no has visto nada nena ―le dije.

Me acerqué y me arrodillé frente a él, bajándole rápidamente la cremallera de los pantalones. Lamí la entrepierna antes de quitárselos, lo que le hace gemir de excitación una vez más. Le excité aún más bajando los pantalones hasta el suelo, así como los bóxer. Con la visión de su polla de veinte centímetros apareciendo ante mí, me lamí los labios y tome su grueso pene con las manos. Empiece a lamerle la punta de la polla, haciendo que latiera, soltando algo de líquido por la excitación. Sonreí e hice que mi lengua lamiera desde las pelotas hasta la base y luego hasta la punta de su polla. Sentí que mi excitación aumentaba, así que presioné su polla en mi boca húmeda. Gemí, provocando alguna vibración en mi boca y el placer en su polla. Bajé mi cabeza hasta que noté que la punta llegaba al fondo de mi garganta. Entonces muevo mi cabeza hacia arriba y hacia abajo, su miembro entrando y saliendo de mi boca, húmeda... profunda y muy caliente.

Continué durante unos segundos antes de aumentar la velocidad, acelerando el ritmo y profundizando hasta casi llegar a mi garganta, haciendo que casi me den arcadas. Sus manos alcanzaron mi cabello y lo unieron en una coleta mientras comienzan a mover sus caderas, empujando más profundo y más rápido en mi húmeda boca― ¡Oh, mierda, nena... chúpame la polla! ¡Chúpame la polla, zorra! ―gritó casi al borde del paroxismo. Mi cabeza subía y bajaba más rápido por el aumento de ritmo y mi boca empezó babear algo, con la saliva que corría por mi barbilla antes de caer al suelo. Apenas podía respirar, pero aún quería continuar. Mis manos se deslizaban hacia arriba y hacia abajo por su pene hasta que la bajé hasta sus pelotas, masajeándolas, explotando tus ganas de liberarte. Agitó las caderas y se arqueó en el borde del asiento, y empezó a gritar palabras sucias. Noto la sensación de un sabor almizclado en mi boca, lo que me indicó que ya que estaba listo.

― ¡Oh, mierda... estoy… me corrooo...! ―gritó de placer, todavía empujando rápido dentro y fuera de mi boca, follando mi boca. En tan solo un segundo mientras gritaba, comenzó a eyacular un enorme chorro en mi boca. Era tanto que empecé a babear corriendo la mezcla de semen y saliva por mi barbilla, pero mis dedos la toman y la lamo para limpiarme. Me mira con una sonrisa y respira profundamente― Ahora siéntate en mi polla nena... métetela toda ―me ordena. Me río y digo― No jefe, esto es todo lo que tendrás esta noche. Continuaremos la próxima vez, lo prometo ―Recojo mis cosas, salgo de su despacho y me dirijo a casa. Mientras me acuesto en la cama, no pienso en nada más que en ti, en mi jefe, en mi ex novio de la universidad, en mi excepcional deseo.

Laura

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