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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Julia y los seis
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Me llamo Julia, tengo treinta y pico años, estoy casada y tengo dos hijos y una hija. Mi marido trabaja en casa y yo de camarera en una residencia universitaria. Al declararse la pandemia de Covid-19 muchos alumnos se fueron a sus casas al establecerse el confinamiento obligatorio de catorce días. Lo hicieron casi todos excepto seis, todos ellos de primer año y procedentes de los lugares más diversos y alejados. Muchos de ellos tenían los vuelos cancelados, las fronteras cerradas o sencillamente, al tratarse de becados, no podían regresar a sus casas con sus familias.

Para la universidad era un problema como alojarles y mantenerles hasta que se pudieran ir o se reanudaran las clases. Se decidió reunirles en la residencia de profesores invitados, un palacete apartado en un extremo del campus, con un gran jardín cerrado con un alto muro rodeándolo. En la planta baja había una gran cocina, un comedor, un salón, una biblioteca y sala de estudio, un despachito y dos baños independientes; en la planta primera había cuatro habitaciones individuales con baño y dos salas de estudio; en la planta segunda otras tres habitaciones similares; y por encima un bajo cubierta donde había era un bonita habitación en suite, con baño, y con un saloncito y todo. También había un sótano donde se encontraba el cuarto de lavado y plancha, la sala de calderas, almacenes y un pequeño taller con sus herramientas. Este había sido mi lugar de trabajo habitual en los últimos dos meses y me propusieron quedarme durante el tiempo que durara el confinamiento, noches incluidas. Iba a decir que tenía que pesármelo cuando me ofrecieron doblarme el salario por el tiempo que estuviera allí con los chicos, y que además, ese tiempo, lo tendría luego de vacaciones. Las cosas en casa no estaban bien, el dinero vendría de perlas y estar apartada de mi marido unas semanas me serviría también. Me garantizaron que no tendría que preocuparme por nada, que cualquier cosa que necesitara solo tendría que pedirla por teléfono y me la dejarían en la puerta del jardín. Nadie podría entrar ni salir. Únicamente me exigieron que evitara que los chicos se desmadraran, era un plan experimental de internalización e integración de la universidad y no querían problemas de ningún tipo.

Llamé a casa después de aceptar y de que me hicieran un test. A mi marido no le gustó y tuvimos una pequeña pero intensa discusión que zanjé diciendo que el test había dado positivo. No era cierto pero era una forma de acabar con la riña. Además, mis hijos y mi hija llevaban ya días con sus abuelos y los iba a echar de menos de cualquier modo.

Me encontraba esperando en la puerta del jardín cuando un pequeño autobús dejó en la puerta a los chicos, junto a un miembro del rectorado que me dio las últimas instrucciones, rogándome encarecidamente que utilizara los medios que considerara convenientes para mantener la convivencia entre los chicos. Luego se despidió y tras cerrar la puerta, regresé al interior del palacete con los seis chicos detrás de mí arrastrando sus equipajes. Mientras caminaba las dos decenas de metros hasta la puerta, me pareció sentir que varios pares de ojos se clavaban en mi cuerpo, cierto es que algo me inquietó pero en absoluto me molestó. Tras entrar, les pedí que dejaran sus maletas, y con ellos detrás, fuimos recorriendo las dependencias para que conocieran el lugar donde vivirían las próximas semanas.

Al llegar frente a la escalera que subía a la que sería mi habitación me volví, esperé a que se agruparan y les dije en voz que quiso ser autoritaria― Subir esta escalera está totalmente prohibido para vosotros ―al oír un susurro por detrás preguntando la razón, respondí con firmeza― Arriba esta es mi habitación y solo subiré yo.

Luego regresamos al salón, les indiqué que tomaran sus equipajes, que me siguieran a sus habitaciones, que deshicieran las maletas y que en una hora bajaran otra vez al salón. Durante el ascenso por la escalera volví a notar las miradas en mí, como intentando escrutar bajo la falda de mi uniforme de camarera. Esta vez me fui excitando conforme subía las escaleras y recorría los pasillos con los chicos detrás. Utilizando la lista que tenía, los fui repartiendo por las habitaciones. Abría la puerta de la habitación, leía un nombre e indicaba al chico donde estaban las toallas, el baño, y todo lo que podía necesitar como el modo de usar el teléfono interior. Cómo me quedaba muy cerca de la puerta, alguno me rozó al entrar, incluso más de lo que hubiera sido entendible, pero no dije nada, era el primer contacto y pretendía ser prudente. Además, estaba excitada y mi excitación iba en aumento.

Después de dejar al último fui a mi habitación, deshice mi propia maleta que en realidad solo contenía mi ropa interior, un par de pijamas, algunos cosméticos y productos de aseo, y varios uniformes de camarera nuevos que estaban sobre la cama.

Cuando colocaba cuidadosamente los uniformes en el armario, recordé la sensación de excitación por las miradas en el jardín y luego en la escalera. Me miré en el espejo de la puerta del armario y me analicé. Hacía tiempo que no lo hacía. La falda era un poco corta porque soy una mujer bajita y me tuve que adaptar. La parte superior me queja ajustada porque tengo tetas algo grandes y los hombros demasiado anchos para mi altura. Además, el sujetador que llevaba no me favorecía.

Me desnudé para darme una ducha y al ir a entrar al baño me miré nuevamente en el espejo. Lo que vi no me desagradó, mis tetas son grandes y aún se mantienen bastante bien en su sitio. Mis pezones son oscuros y grandes y en ese momento estaban muy duros. Mi barriga está bastante lisa y acaba en un montículo de Venus muy poblado por un vello denso y negro. Hace mucho tiempo que no me lo arreglo, no vamos a la playa y mi marido tampoco le presta mucha atención salvo algún polvo rápido algún sábado del año. Me gustó mi culo, tengo un culo bonito, durito y firme, sin nada de celulitis, como mis muslos. Tengo las caderas anchas, de hembra que dijo un antiguo novio, y los muslos bastante estilizados y forman un hueco casi triangular con mi coño cuando los junto. Casi triangular porque mis dos ingles forman sendas líneas que enmarcan los labios mayores de mi vulva en medio de los que se abre mi rajita. Mis piernas no están nada mal y tengo una carita muy agradable, bien formada y de expresión bastante dulce. Me he gustado mucho viéndome en ese espejo.

En la ducha, sin saber la razón, me masturbé frenéticamente bajo el chorro de agua tibia. Tenía mucha necesidad de ello para aliviar la tensión que sentía. Llevaba meses sin sexo y aquella era la primera ocasión que tenía un orgasmo aunque fuera de autosatisfacción.

Ya relajada me sequé y me fui otra vez desnuda a la habitación. Me puse unas braguitas limpias y me senté a ver la televisión. Luego, cuando se aproximaba el momento de la reunión en el salón me levanté y comencé a ponerme un uniforme limpio. La falda era como la anterior de corta pero la parte superior era un poco más ajustada. Sin querer, llevaba por la inercia, no me puse el sujetador; en mi casa no lo hago, al principio porque a mi marido le gustaba verme las tetas movérseme, y luego porque me había acostumbrado a ello. Solo me lo pongo, también por costumbre, cuando tenemos visita en casa. Me calcé, sin medias, mis zuecos de trabajo y fui salón.

Los seis chicos estaban esperándome conversando entre ellos. Cuando entré cesaron las conversaciones y se giraron hacia mi. Noté algunos murmullos y miradas que parecían de aprobación.

Una vez conseguida su atención me presenté― Me llamo Julia y seré la persona que estará a cargo de vosotros durante el confinamiento. Cualquier cosa que necesitéis me la pedís, lo que queráis, a nadie más que a mí. ¿Comprendido?

Todos asintieron y luego les leí una serie de instrucciones que había preparado la universidad y les recordé que en cada habitación tenían un ejemplar con esas normas y que incluía horarios de comidas y clases online e instrucciones de uso de diversos medios y equipos. Luego les pedí que se presentaran ellos mismos indicado en que habitación estaba cada uno. Al finalizar les dije― Espero que nos llevemos muy bien todos y no tengamos ningún problema. Y ahora…―dije enfáticamente extendiendo los brazos en cruz, pero sin llegar a acabar la frase que consistía en pedir un aplauso para todos como me había aconsejado un psicólogo de la universidad. Los seis chicos se había puesto en píe y en semicírculo me miraban absortos y confundidos. Solo tuve que dirigir mi mirada a donde iban las suyas para darme cuenta de que todos los botones de la parte superior del uniforme se habían soltado dejando mis pechos completamente desnudos bailando ante sus sorprendidos ojos.

Instintivamente intenté cerrar la prenda pero no pude, los chicos se había acercado y manos y bocas buscaban mis pechos desnudos. Sorprendida no hice mucho por rechazarlos, únicamente pedí― ¡Orden! ¡Orden chicos! No os comportéis como salvajes...

Fue evidente que eso no serviría con unos adolescentes a quien una mujer madura, con la que iban a estar encerrados dos semanas le acababa de ofrecer los pechos. Que al final es lo que interpretaron con mis primeras palabras y las finales. Confieso que fueron incluso corteses y educados cuando comenzaron a desnudarme. Por alguna razón que aún no alcanzo a comprender les dejé hacer y cuando me dejaron solo con mis braguitas blancas me abracé al más cercano buscándole la boca. El chico metió su mano dentro de mis bragas y mi primer gemido nos sorprendió a todos.

Otro chico me bajó por completo las bragas y yo busqué la comodidad sofá recostándome rodeada por los chicos. Manos, bocas y pollas me rodeaban y buscaban. Pronto tenía a un chico entre mis muslos tragando pelos por lo torpe que estaba siendo. Pero yo me sentía complacida por lo muy excitada que estaba. Tenía también dos pollas, una a cada lado de la cara intentando entrar en mi boca. Y dos cabezas, que no se por donde habían entrado, chupándome los pezones. Había un chico que me los chupaba muy bien. Por lo que sea, exploté en un orgasmo febril mientras una polla se derramaba en mi boca y otra entraba torpemente en mi vagina a través de un coño cubierto de saliva y mis propios fluidos.

Apenas pude recuperar el aliento cuando otra polla entraba en mi boca y sustituía a la que había eyaculado. El chico entre mis pierna rugió mientras me llenaba con su semen.

― ¡No, así no, torpe! ―le gritó uno al darse cuenta― No llevas preservativo.

― No hace falta ―balbuceé con una polla enorme en la boca― he tomado precauciones.

Me giré poniéndome de rodillas sobre el sofá apoyando mis brazos sobre el respaldo y levantando el culo para ofrecerme a otro chico que se colocaba detrás de mí. Dos chicos se pusieron detrás del sofá para que les chupase las pollas, dos suaves, bonitas y estilizadas pollas. El de detrás de mí tuvo algún problema para metérmela así que levanté más el culo. Al hacerlo, agaché y adelanté la cabeza haciendo que la polla que en ese momento tenía en la boca entrara hasta mi garganta. Tuve una nausea repentina que controlé pero me costó más cuando sentí un cálido chorro de semen bajando directamente por mi garganta. Solo el placer me hizo olvidar cualquier incomodidad y un nuevo orgasmo me hizo jadear e hipar mientras el otro chico me metía su polla en la boca y el de detrás se tensaba para dejarme dentro su abundante corrida.

Un chico se sentó a mi lado en el sofá. Dejé que el que me follaba me sacara la polla de la vagina. Me puse a horcajadas sobré el sin soltar la polla que tenía en la boca y una cabeza apareció por mi lado derecho para chuparme el pezón de ese lado. Me corrí nuevamente gimiendo entre tosidos y nauseas por la nueva corrida en mi boca. El chico que montaba se corrió entre gimoteos y me puse sobre el que tenía a la derecha cabalgándolo mientras otro me ofrecía su polla desde detrás del sofá. No tardé en correrme otra vez pero este orgasmo fue progresivo y muy duradero. Los dos chicos se corrieron casi al unísono lanzándome el de detrás del sofá varios chorros de semen en la cara alguno de los cuales cayó en mi pelo, cejas y pestañas. El que me follaba me sujetó, por las caderas, fuerte con las manos mientras se tensaba corriéndose casi en mi útero. En medio del orgasmo que aún me duraba me alegré de haberme hecho una ligadura de trompas después del último parto. No recordaba haber tenido tanto semen dentro de mí nunca.

Tardé en reaccionar bajo los efectos de las olas de placer del orgasmo que aún disfrutaba cuando unas manos me hicieron moverme hacia mi izquierda y una polla se posicionaba entre los labios de mi coño. Me bajé sobre la polla y gemí en una nueva explosión de placer.

Una mano me empujó por la espala haciendo ir hacia adelante, lo que aprovechó otro chico para follarme la boca. La mano seguía empujándome hacia delante y noté una polla abriéndose paso entre mis nalgas buscando el agujero de mi culo. Ya había tenido sexo anal, incluso alguna doble penetración, pero me asustaban aquellos chicos tan inexpertos. Sin embargo este parecía saber lo que hacía, empujó causándome muy poco dolor y rápidamente se acompasó con el de delante, el que me follaba el coño. Y así, sin saber cómo, me encontraba en un salón iluminado por todas las luces disponible, totalmente desnuda, rodeada por seis adolescentes salidos, con una polla en la boca, otra follándome el coño y otra en el culo. Solo pensarlo y me corrí esta vez entre temblores de todo el cuerpo.

El chico de mi boca se vino pronto y también el que me follaba el coño pero el que me follaba el culo tardó bastante más proporcionándome el segundo orgasmo anal de mi vida cuando eyaculó con espasmos potentes que me provocaron un intenso placer que me hizo temblar sin control durante unos segundos.

La intensidad de mis gemidos les debió cohibir y de la misma manera que empezó, se acabó todo. Rápidamente recogí mi uniforme y fui hacia las escaleras gritándoles― ¡Cuando vuelva lo quiero todo ordenado, recogido y limpio!

Corrí hacia arriba y entré en mi habitación. Al pasar frente al espejo, algo hizo que me parara y me contemplara. Estaba hecha un desastre, despeinada, con las mejillas arreboladas por la excitación y el esfuerzo, tenía semen en el pelo, las pestañas, el cuello y el pecho. Recé que no hubiera ninguna mancha en el sofá de piel ni en la cara alfombra del salón.

Entré en el baño y me di una ducha que quiso ser reparadora pero acabé masturbándome nuevamente bajo el agua. Hacía demasiados años que no me sentía tan satisfecha sexualmente, ni tan cachonda. Tenía miedo de las reacciones de los chicos durante esas dos semanas y sobre todo, que en la universidad se enteraran y me despidieran, que mi marido lo supiera no me importaba mucho.

Después de la ducha me sequé con cuidado, me peiné y salí del baño. Al hacerlo volví a mirarme en el espejo y quizás por la excitación vivida me vi más atractiva, me reconocí como la Julia de hacía más de veinte años.

Me volví a vestir, con otro uniforme limpio y nuevas bragas, las otras no las encontraba. Tenía que ir al salón a intentar arreglar el gran follón que se había organizado. Creo que la palabra follón es muy adecuada en este caso. Antes de salir de mi cuarto me detuve, pensé por un momento, e hice dos cosas, me quite el sujetador y las bragas y me perfumé levemente.

Cuando llegué al salón todo estaba impecable y los chicos estaban sentados en los sofás, aparentemente esperándome. Mi primera reacción fue de agradecimiento porque veía que me habían obedecido pero como tenía que hacer valer mi autoridad alargué la mano derecha y dije en voz alta― ¡Mis bragas, quiero mis bragas!

Uno de los chicos se levantó y recogiéndolas de encima de una silla me las entregó cuidadosamente dobladas. Eso me produjo un efecto muy agradable de ternura. Les di las gracias y me las puse delante de todos.

Quise tomar la pablara pero solo logré hilvanar un par de frases atropelladas balbuceando lo que querían ser excusas. El mismo chico que me había entregado las bragas se adelantó y tras empezar diciendo que hablaba en nombre de todos me explicó que habían estado hablando de lo que había pasado y que en primer lugar querían pedirme disculpas si habían hecho algo inapropiado. Dijo, y entendí, que el desencadenante fueron mis equivocas palabras y la exhibición de mis pechos desnudos yendo vestida con un vestido tan apretado y con la falda tan corta. Dijo que les había gustado mucho y que si yo lo deseaba, no volvería a suceder. Le respondí que no había nada de lo que tener que arrepentirse e intenté explicarles que desconocía los motivos que me llevaron a no impedir lo que había pasado. Mientras les hablaba y al recordar el intenso placer que había experimentado no quise negarme a poder repetirlo, así que les dije― Yo me lo he pasado muy bien, espero que vosotros también ―les vi a todos asintiendo con la cabeza y continué― Pero nunca antes había hecho algo tan salvaje.

― ¿Podríamos entonces volver a follar contigo? ―preguntó uno de los chicos.

― No sé ―respondí mirándole a los ojos― pero de hacerlo necesitamos que no sea tan desorganizado. Además, tenéis que estudiar y nadie, repito nadie, debe de saber nada de lo que suceda aquí esos días. Lo que pase en la Residencia se queda en la Residencia.

―Nadie sabrá nunca nada de lo que ha pasado, nos hemos juramentado los seis y nos hemos mostrado los smartphones para verificar que no hubiera fotografías ni grabaciones.

― ¡Muchas gracias chicos!

― Lo hemos estado hablando entre nosotros y hemos pensado que habría ciertas normas que cumplir. Por nuestra parte ya están aceptadas, falta que usted las acepte.

Sorprendida por tanta previsión les pregunté por esas normas y detenidamente me las fueron desgranado. Fundamentalmente me obedecerían en todo a cambio de sexo. Por las mañanas, cuando estuvieran en sus clases online, yo me mantendría vestida con mi uniforme de camarera― ¡Y con sujetador! ― recalcaron varios al unísono. Eso se mantendría hasta la comida después de la cual, dos de ellos se turnarían para ayudarme a recoger la mesa y la cocina. Luego podría quitarme el sujetador ― ¡O toda la ropa! ―Dijeron casi todos a coro.

― ¿Y qué pasaría entonces? ―pregunté excitándome.

― Que si deseas follar con nosotros solo tienes que decirlo ―dijo el portavoz.

― ¿Y si es uno de vosotros el que quiere follarme?

― Entonces tendrá que pedírtelo y tu aceptar.

― ¿Y si sois varios?

― Tendremos que pedírtelo y tu decidirás si follas con nosotros y si es de uno en uno o en grupo.

― ¡Chicos! Me parece estupendo, creo que a todos no vendría bien un poco de esparcimiento estas largas semanas que nos esperan. Sin embargo necesito poder contar con vuestra total complicidad, mi trabajo está en juego.

― No se preocupa señora Julia, nuestro interés también es poder seguir en esta universidad y tener sexo con usted es un motivo añadido para tener la boca sellada.

― ¡Perfecto! Pero yo también tengo mis condiciones. Lo de tener la boca sellada ya está acordado pero tengo alguna más, en mi cuarto solo entro yo y el sexo terminará cuando yo lo quiera. Y mi nombre es Julia, ni señora Julia ni doña Julia, solo Julia; os admitiré Julita cuando hagamos el amor.

― De acuerdo, Julia, esas normas nos parecen adecuadas aunque habíamos pensado en que podrías pasar alguna noche con cada uno de nosotros.

― Podría ser, pero mi cuarto es mi santuario.

― ¿Esta noche…?

― Esta noche descansaremos que ha sido un día muy intenso para todos. Y ahora a cenar.

Organicé la cena para los siete y cenamos todos en el comedor. La cena fue divertida porque casi todos los chicos bostezaban abiertamente pese a que la conversación se inició con una pregunta cargada de intención― ¿Julia, a ti que te gusta?

Me pareció haberme ruborizado cuando les fui desgranado todo lo que me excita y gusta en el sexo. Le recalqué que me gustan mucho los besos tiernos en los labios, los pellizcos en los pezones, las caricias en el coño, follar a lo perrito y las corridas dentro. Les expliqué que me había hecho una ligadura de trompas y hasta el momento había funcionado.

Después de recoger entre todos nos reunimos al pie de la escalera antes de irnos a las habitaciones. Todos esperaban abajo y me dijeron― ¿Julia, puedes pasar por cada habitación para un beso de buenas noches?

Me sorprendió pero acepté, esperé abajo a que estuvieran listos y subí. Les fui besando tiernamente en los labios y dejando que me amasaran y besaran los pechos. Incluso uno me arrancó algún suspiro con su mano debajo de mi falda.

Cuando entré a mi habitación valoré la posibilidad de asegurar la puerta con llave pero decidí no hacerlo. Entré y cerré la puerta, me desnudé frente al espejo y me toqué el coño que estaba húmedo. Me puse el pijama, me metí en la cama y apagué la luz. Pero no me era fácil dormir, el día había sido intenso y excitante y yo estaba muy caliente. Me subí parte superior del pijama y me comencé a acariciar los pezones mientras recordaba lo que había pasado. Había hecho seis mamadas, echado cinco polvos, me la había metido por el culo una vez, y no sé cuál de ellos, me había hecho dos pajas y había tenido al menos otros seis orgasmos; el día había sido muy intenso.

Me había acostado de lado, mirando hacía la ventana sin correr las cortinas, contemplando el cielo estrellado; con la camisa del pijama levantada y el pantalón y las bragas bajadas; con una mano apretándome los peones y otra entre mis piernas para pajearme por tercera vez cuando noté a alguien metiéndose en mi cama. Sorprendida no reaccione y noté una mano corriendo por mis tetas y un beso en el cuello. Lo siguiente fue una polla dura en mis nalgas.― Julita, me gustaría hacer el amor contigo ―dijo el desconocido con un susurro en mi oreja.

― Es mi cuarto, es mi santuario… ―quise protestar pero la polla que buscaba su sitio entró entre mis nalgas haciéndome suspirar. Entonces lo reconocí, fue el chico que me folló el culo sacándome un inesperado y hermoso orgasmo.

― No se lo diremos a nadie, Julita. Será nuestro secreto.

Me giré para ponerme frente a él y nos besamos con los besos más tiernos que tenía en años. Su boca buscaba la mía pero no empujaba su lengua dentro, solo besaba y besaba. Mi respiración fue acelerándose. Me quité el pijama y me puse de espaldas ofreciéndome. Su boca buscó mis pechos y su lengua jugó con mis pezones haciéndome gemir. Me sentía cerca del orgasmo e instintivamente gemí― ¿Me haces el amor muchachito número seis?

No dijo nada, solo se puso encima de mí que abrí las piernas y levanté la cadera para ofrecerle mi coño que notaba ardiendo. Me penetró pero le costó― Estás muy apretada ―dijo pero no le respondí, al menos no coherentemente, gemí y susurré entrecortadamente que me hiciera gozar. Entiendo que mis músculos vaginales estuvieran contraídos por el ansia de placer que sentís. El muchachito cumplió mi petición y me sacó dos orgasmos muy intensos, el segundo mucho más placentero cuando le noté correrse dentro de mí. Luego se relajó y sin bajarse de encima de mí comenzó a besarme y acariciarme. Casi me vuelvo a correr.

― Eres muy buen amante ―le dije― Se nota que tienes experiencia.

― Tengo una poca.

― ¿Tienes novia?

― No, nada serio, realmente no.

― ¿Entonces con quien follas que has aprendido a hacerlo tan bien?

Durante un instante pareció que quería decírmelo pero guardó silencio y volvió a besarme el cuello.

― Mi secreto es que te he abierto mi cama y mis piernas esta noche, creo justo que me digas un secreto tuyo.

― Con mi tía ―dijo sorpresivamente― La esposa del hermano de mi madre.

Reaccioné buscándole la cara y dándole un montón de besos suaves y cariñosos― Pues es una mujer muy afortunada, tanto como yo ahora. Será nuestro secreto.

― ¿Podré venir mañana?

― Podrás venir siempre que podamos ―le dije precavida ante lo que pudiera pasar― Si, podrás venir todas las noches pero tendrás que darme al menos un orgasmo. Y sin que nadie más se entere. Y ahora a dormir.

El chico número seis se levantó pero unos crujidos en la escalera nos pusieron en alerta. Era un de los chicos del primer piso que iba de visita al frigorífico e la cocina.

― Ven ―dije golpeando con la palma de la mano la cama a mi lado―Esta noche quédate conmigo, y te irás al amanecer.

Me puse del lado izquierdo, mirando hacia la ventana y él se puso detrás de mí pegadito, haciéndome la cucharita, con una mano en un pezón. Y así nos dormimos. Yo con otro polvo y dos orgasmos más.

A la mañana siguiente desperté con la primera claridad del día y la presión de la polla, del chico número seis, abriéndose paso entre mis nalgas. Aparté la ropa de la cama que nos cubría y levanté la pierna derecha e inmediatamente me penetró. Se movió fuerte y rápido mientras los sonidos de la casa indicaban que algunos de los chicos se estaban levantando. Me corrí mirando por la ventana y viendo algunas estrellas que se resistían a irse― Es Venus ―dijo mi muchachito señalándome un punto luminoso― Ha querido quedarse para verte desnuda haciendo el amor ―Y me corrí otra vez enlazando con el orgasmo que me empezaba justo cuando él se corría en mí.

Unos minutos de besos hasta que su polla salió de mi vagina que se resistía dejarla ir. Se levantó y rápidamente se puso su pijama y salió sigilosamente. Yo corrí al baño y me duché frotándome el coño para limpiarme y me volví a pajear. Me corrí, salí de la ducha, me sequé, me vestí y bajé a la cocina dispuesta para empezar el día con mis seis muchachitos.

Julia

 

 

El confinamiento de Julia

Julia, tiene treinta y pico años, está casada y trabaja de camarera en una residencia universitaria. Al declararse la pandemia de Covid-19 casi todos los alumnos se fueron a sus casas al establecerse el confinamiento obligatorio de catorce días, excepto seis, todos ellos de primer año. Se decidió alojarles en la residencia de profesores invitados, un palacete apartado, en un extremo del campus, con un gran jardín cerrado con un alto muro rodeándolo. La encargada de atenderles durante el tiempo necesario será

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