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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Historia de Caro
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Desde hace algún tiempo tengo la necesidad de contar algo de mi vida en una página para adultos. Contar mis aventuras y mis frustraciones como lo siento, es una forma de relajarme y un escape para  por el conflicto que tengo en ser una mujer dedicada a su esposo y hogar, cuando él está en casa, y a la vez, una reconocida profesional con un cargo de importancia donde trabajo, y con una gran responsabilidad ante los trabajadores y usuarios que en mí confían, versus la mujer libidinosa, llena de morbo, un tanto harto exhibicionista, soñadora, que gusta mucho de bailar, y yo diría ninfómana.

Digo que es un conflicto porque si por mi fuera, asistiría a los congresos o daría las charlas tal como Dios me mandó al mundo ¡pero no!, no se puede porque hay que cumplir con las normas de recato y respeto a los demás; pero como para todo hay solución, me doy gusto usando mandiles algo cortos, unos de tela gruesa y otros de tela más fina, dependiendo del evento y lo libidinosa que me encuentre ese día, y de lo tanto que me quiera exhibir.

Hay días en que mi mente libidinosa hace que el morbo me venza y solo voy con el mandil puesto encima de mi cuerpo desnudo, en otros, solo con hilitos dentales que se pueden ver a través de la tela; el resto queda a la imaginación del que me logra ver si ando o no con ropa interior, jeje…

Hay eventos donde una debe estar muy presentable, elegante y perfumada, y es ahí donde reniego porque la ropa me estorba.

Mi esposo es un hombre maravilloso que me consiente, me permite y da gusto en todo, lastimosamente muy ocupado por su profesión, siempre anda viajando, dejándome sola, a veces, por semanas enteras, y es ahí que me pongo malita; se me sube la temperatura de mis pechos y de la parte baja de mi vientre, por delante y por detrás, jeje; la lívido, el morbo y todo lo que en una mujer se le pueda poner erecto, jaja. El sospecha que yo tengo mis aventuras, como yo también sé que él las tiene, sería demasiado ingenua el pensar lo contrario, pero vivimos respetándonos nuestros espacios. Tenemos una premisa, que todo lo que hagamos, lo hagamos bien y siempre lo terminemos, y como yo soy una mujer muy obediente, le hago caso; solo en una no le he hecho caso, el no traer desconocidos a casa; pero si analizamos bien el tema, yo no los traje; el uno trabajaba con nosotros en casa, y los otros, un par de técnicos de TV cable que vinieron a hacer una revisión, y yo, como toda una dama, los obligué a hacerla bien a fondo y por supuesto, tuve que atenderlos como se merecían.

El primero, un chico que era una mole de músculos estudiante de ingeniería agronómica que contraté para que se hiciera cargo de mis árboles frutales y plantas, y que me recomendaron unas amiguitas tan locas como yo, con el que nos flechamos a primera vista; … bueno, yo lo ayudé poniéndole cebos para que siguiera las huellas hasta su presa, jeje.

Apenas lo vi, la poca ropa que cargaba, un baby doll, se me cayó; acostumbro a andar desnuda en casa, pero tuve que ponerme algo para atenderlo. Un tipo de 1,85 m de estatura, musculoso y de muy buenos modales, puesto en bandeja de plata en mi casa, hubiera sido un desperdicio dejarlo ir sin que pruebe y coma su presa salvaje; con mis 1,62 m y apenas 120 libras de pura carne puesta a punto de caramelo, nooo, no era dable.

Hasta pedí dos semanas de vacaciones después de la semana que lo contraté; la primera cada que yo llegaba del hospital yo lo veía trabajar en el patio desde los ventanales de mi dormitorio que dan al jardín; era ver un monumento de hombre sudoroso podando, cortando, excavando, etc.; eso me ponía a mil. Yo llegaba y luego de bañarme y ponerme ropa ligera, salía llevándole algún jugo o algo de tomar. Una cosa que pone a los hombres a revolotear sus pensamientos, es ver a una mujer provocativa ligerita de ropas y con zapatos altos haciendo una conversación un tanto de doble sentido; esas miradas que me pegaba, me hacían estremecer...

Acercándose el fin de semana, por la zona de lavandería y tendido de ropa, comencé a dejar en los cordeles, mis hilitos dentales, cacheteros y baby dolls, yo sabía que los cogía porque los encontraba en otros sitios, estaba yo, preparando terreno para las siguientes semanas de vacaciones.

Para la siguiente semana, el lunes, dejé sobre la lavadora un hilito minúsculo que había usado; la empleada que viene a hacer la limpieza, cocina y se va antes del mediodía, le abrió la puerta, pero no le dijo que yo estaba en casa de vacaciones; así que lo esperé detrás de las cortinas que dan a la lavadora y tendedero donde él se cambiaba de ropa, y vi cuando se frenó a raya, cogió el hilo y lo comenzó revisar y oler muy profundamente; lo dejó, y cuando quedó desnudo le alcancé a ver como ese monumento de miembro lo tenía tan erecto y a reventar, que bien me hubiera podido parar sobre él, tanto que se le dificultaba ponerse los pantaloncillos cortos que usaba.

Mi estudio u oficina la tengo atrás y fuera de la casa cerca del área de lavandería y cerca de un baño general; es un estudio que uso como mi refugio o cuando vienen mis amigas o colegas a preparar alguna conferencia, o simplemente para tener privacidad; cuando estoy sola. Acostumbro a andar de. Ese día simplemente me puse un mini pantaloncillo todo raído y con huecos que dejaba ver que andaba sin nada por debajo, o que estaba usando un hilo dental, como ropa superior, solo una camisetita cortita que me tapaba los senos solo hasta sus bases. Llamé por interno a la señora y le pedí que preparase una jarra de jugo y que se vaya porque no comería en casa y que iba a salir más tarde.

La señora me avisó cuando se iba y salí de mi estudio con rumbo a la casa; el tipo me vio y me dice― Doctora, perdone mi facha, no sabía que estaba aquí.

― Usted tranquilo―le dije― entiendo que es su ropa de trabajo; disculpe usted la mía que es un poco indecente, pero había olvidado que hoy vendría usted. No se preocupe, está usted en su casa y puede andar como le plazca ―Mientras decía eso, él no dejaba de mirarme las partes que yo más quería que mirara, al tiempo que le decía― Si usted me viera como ando en casa, se infarta, porque si así como ando, sus miradas ya me tienen ruborizada, cómo será si me viera como ando normalmente.

― Perdone ―dijo él― pero la belleza hay que admirarla.

Le agradecí los elogios y le ofrecí jugo.

Ese día fue de puro coqueteo, el no dejó de perder su erección durante las horas que le coqueteé mientras dizque le ordenaba por aquí y por allá para excitarlo cada vez más. Al día siguiente tuve que salir y cuando llegué abrí de par en par las cortinas de mi habitación para dejar entrar el sol, me bañé y salí desnuda a mi tocador; lógicamente, con tanta luz solar, él me estuvo mirando todo el tiempo; esta vez salí con una camiseta o vestido de casa, holgado que me daba hasta un poco más abajo de mis entre piernas, y que lógicamente se levantaba un poco por detrás dejando ver algo de mis nalgas dependiendo del viento o de mi caminar; en las cosas que le ayudé, cuando me agachaba asumí la pose de una niña muy pudorosa, con las piernitas cerrada o tratando de no enseñar mucho mis nalgas.

El tema era que el tiempo se me pasaba y no sabía cómo hacerlo entender que este cuerpito quería acción; así que maquiné algo para el día siguiente, comenzando desde el hilo usado en la lavadora, hasta ponerme una faldita y camiseta muy cortitas. A la señora le di el día li. Al día siguiente, me encerré en mi estudio y cuando timbró, lo dejé pasar desde mi estudio.

Lo vi cuando olió mi hilo, lo vi lo erecto que se le ponía y el trabajo que le costaba meterlo en sus pantaloncillos; salí, lo saludé al tiempo que sus ojos se le agrandaron de verme así vestida, y le dije entrando a mi estudio, que me ayudara a buscar un documento que creía estaba en uno de los libros que estaban muy arriba en la estantería, y que para ello debía usar una escalera, pero que lo haga después; lo que mi mente morbosa quería era que la lívido y el morbo fueran aumentando.

Y así fue, me pidió que lo ayudara a sacar y recoger hierbas, mientras él, a unos metros más atrás mío hacía lo mismo y conversábamos sin vernos; sin duda para deleitarse viendo lo que yo le mostraba y dar rienda suelta a su morbo también. Si él hubiera tocado mis partes íntimas, de seguro sus dedos hubieran salido todos encharcados de mis secreciones.

Cuando él me dijo que tenía que irse, se me vino el mundo, era otro día de calentamiento y nada de acción, así que le dije cual niña rogando por un chupete― No sea malito, ayúdeme a buscar ese documento, mire que la escalera es pesada, pero yo se la sostengo ―Me miró con una sonrisa coqueta y entramos al estudio, acalorado y sudoroso puso la escalera y con el ambiente fresco del aire acondicionado, mi camisetita dejaba ver mis pezones a reventar como lanzas buscando salirse, y eso que hasta ya sentía mi vulva hinchada a reventar y mi vagina chorreando por mis muslos.

Al verlo sudar por el calor que hacía, me atreví a decirle― ¿Por qué no se saca la camiseta hasta que el aire lo refresque? ―cosa que hizo de inmediato.

Verlo subir por la escalera, verle sus tremendos músculos, sus muslos, su tremendo paquete, ¡Uyyy! me puso a mil. Buscó en cada libro que pudo, hasta que al fin pensó y dijo― Señora, yo no tengo ni idea de donde pueda estar ese papel, ¿Por qué no sube usted, yo le sostengo la escalera y usted busca?

Yo de modo muy inocente le dije― Pero es que no estoy para subir así como ando, pero si me promete cerrar esos ojitos curiosos que tiene, lo hago.

― Se lo prometo ―dijo.

Acto seguido, mientras sostenía la escalera, me dio la mano para ayudarme a subir; yo toda pudorosa y avergonzada, tratando de dizque taparme con una mano la faldita, subí hasta lo más alto y apoyada en la escalera con mis caderas, usaba las dos manos para buscar ese documento que nunca estuvo ahí, al tiempo que le decía que no mirara para arriba, a lo que él sin ningún recato dijo― Ya le dije que la belleza hay que verla y disfrutarla.

Cuando me di por vencida, le propuse buscarlo otro día porque se le hacía tarde; comencé a bajar porque mis piernitas ya no me podían sostener por estar parada en un solo escalón, claro, a costilla de mi cansancio, él se deleitó viendo lo que sin duda desde que llegó se lo imaginaba.

Entonces pensé, cuando ya estaban mis pies a la altura de su cara, hice como que resbalaba y él me atrapó, caí de tal forma que quedé como una bebé en sus brazos, su mano izquierda al atraparme, también atrapó mi teta izquierda, y su brazo derecho por debajo de mis muslos, dejando colgar mi faldita con mis nalgas al aire.

Nos quedamos mirando; él con mirada de hambre, de depredador y yo, sin duda, con mirada de borreguita lista para el matadero.

Mientras nuestras respiraciones que de por sí ya estaban agitadas y eran entrecortadas, le dije― ¡Uy, qué vergüenza! ¿Me puedes bajar?

― ¿Quieres que te baje? ―dijo él.

― ¡No! ―le respondí muy tímida.

Entonces con su codo apartó todo lo que había sobre el escritorio y me dijo― Ya sabía que me estabas tentando, ya sabía que me mirabas a escondidas; tú también sabías que yo te deseaba, y esto se veía venir, yo con paciencia te esperé para que dieras el primer paso y ésta es mí recompensa.

Me dio un beso que me dejó sin aliento, hurgó con su lengua hasta el fondo de mi garganta, se la chupé, se la mamé y no quería que me la sacara de la boca mientras me manoseaba toda y yo me revolcaba por los estertores de mi cuerpo. Ya no aguantaba más; lo miré con ojitos tiernos y le dije que me desnudara allí sobre el escritorio, ahora sería yo la que se entregaba en bandeja de plata. Me miró y me dijo― Tienes un cuerpo muy delicado, pero veo que estás a punto de la depravación, y a una mujer así hay que tratarla rudo ―Me puso los brazos por encima de la cabeza, acostada como estaba, y tiró de mi camiseta, al tiempo que me decía que no me mueva; se fue por mis pies y tiró de la faldita; quedé completamente desnuda enseñando mi abultada vulva hinchada de la excitación y dejando ver que estaba bien depilada, limpia y brillante de lo mojada que estaba, esperando visita. Se fue a nivel de mi cara, se quiso desnudar, pero le pedí que no, que eso lo haría yo, pero en su momento. Hay algo que me excita mucho, y es que me mata de morbo el que yo esté desnuda y los hombres vestidos, así que le bajé la cremallera y su pene gigante casi me golpea el rostro. Me sostuvo las manos así por encima de mi cabeza mientras me lamía y succionaba mis tetas con desesperación, y mientras yo me revolcaba de placer su otra mano hurgaba y se empapaba en mis jugos vaginales embarrándome con ellos todo mi vientre y mis muslos; a la vez que yo solo alcanzaba de vez en cuando a besarle y lamerle su pene que ya estaba lagrimeando desde hacía rato.

Me jaló de los brazos hasta dejarme casi colgada la cabeza al borde del escritorio, le terminé de bajar su pantaloncillo y me dediqué a besar, lamer y mamar su monumental pene, a besarle y lamer su escroto que con el sudor del trabajo, tenía ese olor característico a rancio, el cual me excita más por saberse que solo es de los machos. Mientras me tomaba de mis nalgas, me levantó de tal manera que mis muslos se abrieron y se apoyaron sobre sus hombros, dejándole mi vulva y nalgas abiertas para que su lengua se deleitara a su antojo.

Creo pasaron horas deleitándonos el uno con el otro, hasta que le supliqué que me penetrara. Me preguntó que por dónde lo quería y le dije ―Por donde tú quieras ¡pero hazlo ya! Yo ya no aguantaba, estaba suplicando y el muy paciente me quería ver sufrir, hasta que por fin, me hizo sentar en el borde del escritorio, abrir las piernas y me penetró. Aquella costa tan grande, entrando y saliendo me hacía gemir y gritar de placer; a cada gemido mío él se excitaba más. Me agarré de su cuello, me puso mis piernas por encima de sus brazos y sus manos debajo de mis nalgas abriéndolas; me levantó en peso y me dio como bombo de orquesta. Estaba completamente entregada a él, me manejaba a su antojo, me penetraba hasta más allá de donde podía. Mis piernas me temblaban, no me podía sostener, mis tetas hinchadas de tanto ser mamadas y succionadas, tenían chupetones que en ese momento me excitaban pero que luego me preocuparían en presencia de mi esposo. Acabé millón veces, pues soy multiorgásmica, pero él no; entonces me dijo― Quiero acabar dentro tuyo, pero por atrás para que me pienses ésta y todas las noches cuando estés sola ―Lo miré con ternura porque ya me había dicho que el soñaba con comerse mi culito, y no podía defraudarlo y mandarlo con hambre, después de todo, él no había terminado y no era justo.

Le pedí que me lo amolde de a poco metiendo uno y luego dos dedos. El lubricante era innecesario, para qué si ya estaba toda encremada con mis jugos. Me hizo poner en cuclillas sobre el escritorio, con mis nalgas abiertas y sobresaliendo de él; me lamió, me besó mi anito, que aunque tragón, es muy apretadito y complaciente; jugó con un dedo, luego con dos, mientras yo con los ojos cerrados seguía cada movimiento de ellos disfrutando sus juegos; de repente, noto que el monstruo estaba queriendo entrar arrancándome gritos y gemidos de dolor, mientras apretaba los dientes y puños; el paraba para que yo no me quejara, pero a veces es preferible un dolor de golpe e intenso hasta que va desapareciendo y se convierte en puro placer; así que le dije― ¡Dale de una hasta que entre y ahí paras hasta que me pase el dolor y se relaje el esfínter! ―Me dio dos nalgadas bien dadas como para distraerme con ese dolor y ¡zasss! que me lo encajó de un solo empujón, pero se le fue más de lo que yo podía aguantar, y que a pesar que estaba tan excitada que hasta de un burro me dejaba encular en ese momento, me hizo gritar y avanzar hacia delante como para huir de él, pero me tenía tan agarrada de mis nalgas que no pude moverme y tuve que con sollozos aguantar hasta que se me pasara ese dolor tan intenso que parecería que me habían desgarrado parte de los intestinos; luego de un buen rato, fue placer absoluto, hasta le pedía que me lo meta más y que ni pensara en sacarlo porque lo mataba.

Terminamos, descansamos sobre la alfombra a recordar cómo comenzó todo el juego, luego nos bañamos y nos fuimos al jardín; él se vistió y me pidió que lo acompañara hasta la puerta principal, yo le dije que alguien me podría ver, pero no me importó, de paso en ese tiempo no tenía vecinos en esta calle, pero el morbo de que alguien me viera me hacía ser muy atrevida. Salí desnuda y nos abrazamos y nos dimos un beso interminable, luego me dio tremenda nalgada al tiempo que me decía― Eso es mío, cuidadito si lo andas regalando; mañana te traigo algo para ti y quiero que lo uses para mí cuando te me entregues nuevamente.

Perdón por escribir tanto, pero es que soy detallista y disfruto recordando las locuras que hago. Espero que por lo menos les guste

 Saludos, Caro.

 

 

Caro y el sexo

Caro es una mujer dedicada a su esposo y a su hogar, cuando él está en casa. Es una reconocida profesional con un cargo importante donde trabaja y con una gran responsabilidad en su trabajo donde goza de gran confianza. Pero también  es una  mujer libidinosa, llena de morbo, un tanto exhibicionista, soñadora, que gusta mucho de bailar, y yo diría que hasta ninfómana. Su marido sospecha que tiene aventuras, como ella también sospecha que él las tiene, pero se respetan y tienen una premisa, que todo lo que hagan, lo hagan bien y siempre lo terminen.

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