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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Vecinita, el desatasco
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Graciela cambió, no quería tener sexo con su esposo y cuando a insistencia de él lo hacían, dejaba muy en claro que no lo deseaba. Solo soñaba con Oscar y su manera tan fabulosa de poseerla.

Un domingo en la mañana su esposo salió a jugar fulbito con sus amigos y una sobrina suya llegó para ayudarla a cuidar a su bebé, estaba en el jardín de su casa con un vestido corto que dejaba notar su escultural figura, al mismo tiempo salió Oscar acompañado de su esposa a lavar su auto, se saludaron de lejos y el cruce de sus miradas sacó chispas en ambos pero supieron disimular ante el resto de vecinos que estaban haciendo limpieza a esa hora en el exterior de sus viviendas. Chela tramó una estrategia arriesgada y la puso en práctica: sabía que Oscar era gasfitero, así que ingresó a su casa, les prendió la televisión y sacó juguetes a su sobrina y su bebé para que jueguen, se fue a su dormitorio y se quitó el calzón y el sostén y se quedó solo con el vestido, se fue a su cocina que tenía una ventana hacia la calle y abrió el grifo y se mojó los brazos y los pies y salió.

―¿Vecina no sabe quién puede arreglar mi lavador? Se atoró y se sale toda el agua.

― Oscar sabe ―Contestó la esposa de Oscar.

― ¿Puede arreglar mi lavador o está ocupado su esposo?

― ¡Claro que puede! Anda Oscar, lleva tus herramientas y arregla el lavador de Chela ―dijo la esposa de Oscar.

Él se sorprendió de lo arriesgada que era la jugada de Chela, sabía muy bien que no había ningún lavador atorado y que la cocina estaba a la vista desde afuera, aun así sacó sus herramientas y fue a casa de Chela que lo miraba con picardía.

― Adelante don Oscar y disculpe la molestia.

― No se preocupe vecina, para eso estamos.

Ni bien entraron a la cocina se besaron con pasión desesperada, las manos de él apretaban las redondas nalgas y notaron la ausencia del calzón, se acostaron en el piso y los senos endurecidos se perdían en la boca de él mientras su pieza estaba durísima.

― Espera, tienen que verme aunque sea a mí ―dijo Chela.

Se acomodó el vestido y se puso de pie frente a la ventana, se levantó un poco el vestido dejando al descubierto su vagina ya humedecida. Él se acercó por debajo y empezó a lamer con desesperación aquella ardiente concha deseosa de sexo. Chela tuvo que disimular sus gestos para no levantar sospechas de los vecinos y cuando no pudo más se volvió a agachar para explotar en un intenso orgasmo.

Ahora él se puso de pie y disimuló que estaba arreglando el grifo mientras ella debajo se comía con ansias la gruesa verga durísima que saboreaba completamente desde los huevos hasta la punta de la cabeza. Ella se acostó y abrió las piernas suplicando ser penetrada, él no esperó más y se lanzó sobre ella introduciendo de un solo envión toda la longitud de su verga. Ambos se sentían en las nubes, las bombeadas aumentaban en velocidad, así que él se acostó y ella fue quién se sentó encima iniciando una cabalgada brutal que terminó en un grandioso orgasmo.

Él se puso de pie y volvió a disimular estar reparando el lavador, ella también se puso de pie y se colocó a su lado disimulando estar ayudándolo mientras su mano corría la verga que seguía endurecida. Luego se ubicó en otra parte de la cocina donde no se veía desde la ventana, se levantó el vestido, se puso de espaldas y se inclinó sobre la mesa ofreciendo su hermoso culo. Él no esperó nada y se arrodillo ante ese enorme culo sumergiendo su cara lamiendo de arriba a abajo y viceversa una y otra vez hasta meter la punta de la lengua en el ano, mojándolo y lubricando la entrada provocando gemidos de pasión y deseo en Chela que abrió aún más las nalgas para la penetración. Oscar no necesitó lubricar su pija, colocó la punta en la entrada del ano y poco a poco introdujo cada milímetro de su verga hasta llegar al fondo, lo dejó así por unos segundo hasta que ella empezó los movimientos circulares, él continuó con suaves bombeadas. Ningún vecino sospechó del espectáculo que tenía lugar en la cocina de Chela. Él aumento poco a poco el ritmo de las embestidas, Chela se arqueó un poco levantando su cabeza y sin dejar de moverse le susurró― Quiero tomarme tu leche, termina en mi boca por favor.

Fue el punto máximo del clímax para él y aumentó aún más el ritmo hasta sentir el hormigueo debajo de los huevos que le indicaba que estaba por eyacular. Sacó la verga aún más venosa que antes y Chela se arrodilló con la boca abierta para esperar la descarga. Él le colocó la cabeza en la entrada de los labios y corrió un poco el miembro provocando una eyaculación generosa. La gran cantidad de semen espeso y caliente inundó la boca de Chela, llegando hasta la garganta produciéndole arcadas que las supo contener para beberse todo ese líquido agridulce. Oscar apretó su verga hasta que escurrió la última gota en la lengua de ella, luego Chela lamió cada centímetro de la pija hasta dejarla bien limpia.

Ya en la puerta de la casa ella lo despidió para que escuche au esposa y vecinos...

― Gracias don Oscar por desatorarme, el lavador.

― Cuando guste vecina, ya sabe que soy un experto.

― Si, ya lo sé y cada vez que quiera algún servicio lo buscaré.

Ni la esposa de Oscar, ni los vecinos se imaginaron que efectivamente Oscar era un experto desatorando a Chela.

Víctor

Vecinita, los encuentros

Chela es una bella jovencita de veintiún años comprometida con un joven casi de su edad y con un bebé que no tenía el año. A pesar de su corta edad y el alboroto sexual propio de su juventud no se sentía insatisfecha con la vida de pareja, recién tenían un año viviendo juntos y la rutina sexual acechaba cada noche, no creyó posible que el resto de su vida tendría que ser así. Hasta que se encontró con Oscar.

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