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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
La vecina
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Durante dos años y por razones de trabajo estuve viviendo en una ciudad diferente a la mía. Ocupaba un pequeño apartamento situado en un bloque de viviendas de esos impersonales, con largos pasillos interiores, pequeños apartamentos y con predominancia de las líneas rectas. Los distintos apartamentos eran iguales todos ellos y dispuestos simétricamente por lo que cada habitación de mi apartamento se correspondía con la misma del apartamento de al lado.

Los primeros meses fueron bastante duros, alejado de los míos no me relacionaba con nadie, excepto con algún compañero de trabajo. El apartamento era una especie de celda con televisión de plasma donde pasaba las noches y normalmente cenaba cualquier cosa frente al noticiario antes de aburrirme un rato mientras me vencía el sueño.

Conocí a mi vecina en una ocasión que las condiciones climáticas provocaron la suspensión de la salida de mi vuelo cuando viajaba a casa para unos días de descanso.

La primera impresión no fue ni mucho menos impactante, hacía las labores domésticas y limpiaba la puerta de su casa cuando entraba. Lo que me llamó la atención fueron sus pechos desnudos, libres bajo la ropa, solo cubiertos por una especie de largo blusón. Me impresionaron sobre todo sus ojos cuando levantó su mirada para sonriente saludarme.

Le devolví el saludo y entré en mi apartamento. En aquel momento no sabía con que quedarme, si con sus tetas o con sus ojos.

No había acabado de colgar el abrigo cuando sonó el timbre. Mi vecina sonriente me señalaba la maleta que había olvidado fuera. Me disculpé y ella al notar mi acento me preguntó por mi origen. Le respondí y ella contestó con un cumplido. Sus tetas levantaban la fina tela del blusón que resaltaba los duros pezones. La invité a pasar a “tomar algo” lo que agradeció con una sonrisa simpática.

Charlamos un buen rato, de banalidades y de nosotros mientras tomábamos un aperitivo, un vino de mi tierra con unas olivas. Cuando se acabaron las aceitunas le dije que no podría ofrecerle nada más puesto que había vaciado el refrigerador ante la perspectiva de la semana de vacaciones; solo disponía de algún plato precocinado y congelado. Ella respondió algo que no comprendí, se levanto riéndose y salió dejando la puerta entreabierta. Regresó a los pocos minutos con una amplia bandeja repleta de las deliciosas viandas de aquella tierra de las que ambos dimos buena cuenta mientras nos interrogábamos sobre cuestiones ya más personales.

Es una mujer que sin ser espectacular, ni siquiera escultural resulta llamativa y no solo por sus hermosas tetas, grandes y llenas. Morena, de piel blanca, buena estatura, proporcionada, carne prieta, caderas redondeadas y rotundas resulta atractiva, especialmente desnuda como se quedó tras el largo beso que sin saber como nos dimos y durante el cual le fui levantando el blusón y quitándole las escasas bragas. Aún besándonos, estrangulándonos con la lengua, llegamos al cuarto y nos dejamos caer abrazados en la cama.

Los prolegómenos fueron breves pero intensos. Yo tenía muchas ganas de follar y ella más que ganas tenía ansias. Me puse sobre ella y se la metí, con firmeza, con ritmo con ganas. Empecé a bombear y ella a acompañarme con gemidos y unos movimientos de cadera que todavía me vuelven loco. Susurraba cosas en su lengua que yo no comprendía aunque tampoco me interesaba, solo follarla y mientras lo hacía, me lamentaba íntimamente de no haberla conocido antes.

No se cuanto tiempo estuvimos  con el mete saca, yo aguanto bastante, pero el final fue apoteósico. Yo me derrumbé sobre ella que lanzó una intensa serie de gemidos para acabar con un largo ronquido, casi animal. Me quedé jadeando sobre ella que me besaba la cara y me decía cosas que avergonzarían al más avezado. Me hice a un lado y resoplé. Ella lanzó una carcajada y se colocó a caballito encima de mí. Verle las tetas desde aquella perspectiva me la puso más dura que nunca así que aquella hembra magnífica me la cogió y se la metió para comenzar una espectacular cabalgada que me llevó a la mayor corrida de mi vida. Sudorosos y cansados nos dormimos de inmediato, desnudos y abrazados. Yo me aferraba a sus tetas.

Ella despertó primero y se levantó. Al hacerlo me despertó a mi que al ver aquel glorioso culo no pude resistirme y me levanté tras ella. La alcancé en el salón mientras intentaba ponerse las bragas. No la dejé y entre risas de ambos, sobre todo de ella, yo tenía muy claro mi objetivo, la coloqué de rodillas sobre el sofá, le separé los muslos, dejé caer un poco de saliva sobre la polla tiesa como un ariete que apoyé sobre el agujero de su culo. Ella tomo aire, yo empujé despacio hasta metérsela un poco y despacio retrocedí hasta sacarla casi y volví otra vez a metérsela despacio. Así despacio y poco a poco, cada vez más profundo, hasta metérsela todo lo que pude entre las firmes nalgas, hasta que gimió fuerte y e hizo un gesto con su mano. Luego volví a retroceder casi del todo y otra vez a empujar, otra vez poco a poco, acelerando el ritmo, poco a poco, hasta alcanzar buena velocidad y me corrí en su culo mientras amasaba sus duras  tetas y besaba la boca que ella viciosa me ofrecía.

Me quedé sentado en el sofá mientra ella se ponía el blusón, me dejó las bragas, me dio un beso en la boca, largo, calido y dulce y se fue. Al día siguiente tomé el vuelo a casa. Cuando regresé de las vacaciones, mi vecina estaba esperándome, con el mismo blusón y sin bragas. Desde entonces mis horas libres ya nos son ni aburridas ni solitarias; si ella puede follamos como locos. Otras veces la oigo follar en su apartamento y me caliento como un loco pero no me pajeo, prefiero desahogarme entre sus piernas o en su culo de hembra. Ese es el verdadero y auténtico placer.

El viajero

Otro relato ...




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