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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Mi amiga Elvira
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Cuando salimos del restaurante, Elvira no parecía estar tan bebida pero pronto perdió pie y la tuvimos que sujetar entre Mary Paz y yo. Los tres compartíamos parte del camino y por eso íbamos juntos, pero como Mary Paz se separaba antes, y con prisa porque una canguro cuidaba de su hijo esa noche, acordamos que yo llevaría a Elvira a su casa advirtiéndome que no intentara nada con Elvira, que no me aprovechara de ella. Elvira pareció salir del sopor etílico que tenía para con cara seria y tono afectado decirme que no intentara nada con ella es anoche. ―No, no, no, esta noche no ―repetía de vez en cuando mientras caminábamos casi a trompicones. En el momento de separarnos, Mary Paz me dijo que la subiera a casa y que intentara que se duchara y se fuera a dormir. También me repitió, en tono que no dejaba lugar a dudas, que no intentara nada de sexo con Elvirita. Insistió repitiéndolo dos veces.

Me costó abrir el portal, Elvira jugó conmigo para no darme la llave y luego prácticamente se colgó de mi hombro. Pero mucho más me costó abrir la puerta de su apartamento. Colgada sobre mí hombro me pellizcaba el culo al tiempo que repetía ―No, no, no, esta noche no.

Logré hacerla entrar y que se fuera al baño. Se cerró por dentro y esperé a oír el agua caer. Mientras salía, me fui a la cocina a beber algo. Mientras tomaba un vaso de agua fría curioseé la cocina. Estaba mirando su colección de imanes de nevera cuando apareció en la cocina cubierta por un ligero albornoz. Se me puso delante, entre al nevera y yo, bailaba torpemente y quise atraerla hacia mí pero recordé las advertencias de Mary Paz. Además, Elvirita repetía casi como un mantra la que sería la frase de esa noche ―No, no, no, esta noche no.

-Vámonos a la cama― le dije― Te vas a acostar ahora, que me tengo que ir.

Con una agilidad asombrosa para su estado, salió de la cocina conmigo detrás. Al llegar a la habitación, dejó caer el albornoz y se puso un pijama de ositos rosas mientras repetía ―No, no, no, esta noche no―.

En ese momento pareció darse cuenta de mi presencia, me miró y me dio –Quédate ahí― al tiempo que pasaba a mi lado saliendo de la habitación. Volvió en un minuto con dos copas de vino en las manos. Me dio una y dejó su copa sobre la mesita de noche, colocó un almohadón y se tumbó boca abajo en la cama. Mientras dando golpecitos sobre la cama me indicaba que me pusiera allí.

―No es una proposición indecente, es solo tomar una copa de vino― y luego repitió―No, no, no, esta noche no― mientras tomaba un sorbo.

Me senté en el borde de la cama y comencé a descalzarme. Elvira me advirtió que Mary Paz se enfadaría cuando se enterase. Y volvió a repetir ―No, no, no, esta noche no.

Me quité solo los zapatos y me tumbé, bastante incómodo sobre su cama. Ella comenzó a hablar narrando partes de su vida y de sus amores. Yo, incomodo por la postura y la situación, me senté.

―¿Soy tu amiga?―preguntó.

―Claro que si― le respondí.

―Entonces tienes que respetarme, no me puedes follar, recuérdalo― y apostilló― ¿Me das tu palabra―

―Tienes mi palabra.

Sentó a mi lado y volvió a preguntar ―¿Soy tu amiga?― Volví a responder afirmativamente y entonces, ella, sin que yo pudiera hacer otra cosa, me empujó hacia atrás acostándome y besándome en la boca.

Lo que pasó después fue instintivo, le comí la boca mientras le bajaba el pantalón del pijama. Le apreté las nalgas, frescas y suaves. Ella se separó un momento y volvió a repetir. ―No, no, no, esta noche no.

Yo me sentía confuso pero tremendamente excitado. Ella volvió a acercarse y yo acabé por desnudarla mientras nos seguíamos besando.

De repente, se apartó y se giró para tomar otro sorbo de su copa. Entonces vi algo en su espalda, en la zona lumbar, un pequeño tatuaje.

―¿Me miras desnuda? ―preguntó.

―Me gusta tu tatuaje― le respondí.

―Es pequeñito, el capricho de alguien― y me contó la historia de aquel tatuaje en su espalda, justo sobre la zona lumbar. Acabó con la consabida frasecita. ―No, no, no, esta noche no.

Se recostó sobre la espalda y yo, excitado, erecto y dolorido, acaricié su piel comenzando alrededor de sus pechos. Bajé la mano sobre el exterior de su muslo izquierdo y llegando cerca de la rodilla, pasé la mano hacía la cara interior. Ella cerró rápidamente los muslos atrapándome la mano que yo retiré cuando ella me advirtió que aquella noche no estaba en condiciones para follar y que además le había prometido no intentar follarla.

Su mirada mientras separaba lentamente sus muslos casi me obligó a volver a ponerla donde la había tenido, subiendo hacia arriba pero evitando su coño y acariciando su vello púbico, cuidadosamente arreglado y muy suave. Ella gimió y bajé la mano buscando su clítoris. Ella musitaba. ―No, no, no, esta noche no― mientras yo la pajeaba procurando ser delicado. Suavemente acariciaba con la yema de los dedos su coño y no tardó en correrse. ―No me folles hoy― dijo.

Se dio la vuela y le acaricié la espalda, su piel es impresionante, suave, blanca, sin otra marca que ese tatuaje. Comenzó a mover su cadera. Primero suavemente, casi inapreciablemente y luego ya decididamente. Jadeaba mientras decía afectadamente ―Somos amigos, somos amigos.

Luego, abrió un cajón de la mesita de noche y sacó un pequeño estuche, alargado y negro. Lo abrió y sacó un dildo de color marfil y lo dejó sobre la cama. Mi erección ya resultaba dolorosa.

―Me gustan los juguetes― confesó mientras se tumbaba sobre la espalda separando las piernas y levantando las rodillas.

―¿Quieres follar?― le dije hipercaliente.

―No, no podemos follar― aclaró con voz ebria.

―¿Quieres jugar?― Le dije un punto malhumorado.

―Si, juguemos― respondió mientras sacaba unas cintas de gasa del mismo cajón de antes.

Colocamos almohadas y cojines en el centro de la cama, formando una especie de altar. Se tumbó encima y extendió sus piernas y brazos en cruz. La até, primero con suavidad pero insistió en estar bien tirante. Quedó atada con la cabeza colgando hacia atrás y el culo justo donde acababa aquella ara. Tome el consolador y se lo introduje de golpe observando su reacción. Entró realmente muy fácil, tanto que mi mano chocó contra los labios de su vulva completamente mojada. No fue necesario mucho movimiento porque se corrió casi de inmediato.

Mi mano todavía mojada por su corrida, recorrió su vientre hasta que me apercibí que se había dormido, suaves ronquidos y el lento movimiento de su vientre lo confirmaban.

Tal y como estaba, desnuda, abierta de piernas y con el coño abierto y brillante de jugos no pude resistirme y me bajé los pantalones con el ánimo de follarla. Pero no me atreví, no me pareció correcto estando dormida como estaba. Así que opté por hacerme una paja mientras la miraba. De rodillas entre sus piernas dejé caer toda mi corrida sobre el ombligo y el vello. Luego Le solté las cintas de las manos, la cubrí con la ropa de la cama, recogí el pijama que estaba tirado en el suelo, me puse los zapatos, apagué la luz y me fui con una gran incomodidad en la entrepierna. Me hice otra paja al llegar a casa.

A la mañana siguiente recibí su llamada. Me preguntaba que había pasado y quedé con ella para explicárselo. De camino a la cita, pasé al lado de un sex-shop e hice unas compras.

Cuando llegué al café donde nos habíamos citado pude ver que su cara no era ni mucho menos amistosa. Me disculpé casi como pude y le garanticé que no había pasado nada. Elvira explicó que no podía creerme porque había despertado desnuda en su cama, sobre cojines, con las piernas abiertas y los tobillos atados, Además, insistió en el semen que parecía tener sobre su ombligo. Yo le conté todo lo sucedido pero me callé lo de la paja.

Seguimos juntos aquella tarde tomando vinos y cenando unas tapas. Elvira volvió a indisponerse con la bebida y la volví a acompañar a casa. Esta vez no repetía la frasecita y abrió ella las puertas. Una vez dentro fue directamente a su habitación mientras yo iba a la cocina y preparaba un par de copas de vino. Se suponía que solo eso.

Volvió descalza, con el mismo pijama y volvió a proponerme lo mismo de la noche anterior. De camino me volvió a pedir que le prometiera que no había pasado nada, cosa que hice.

Nos bebimos aquellas copas y un par de botellas más. Elvira comenzó dormirse.

―¿Me acaricias la espalda como ayer? ―Preguntó melosa.

Yo, recordando lo molesto de la noche anterior, le advertí que no era buena idea. Pero no insistí, sencillamente la desnudé sin que se opusiera mucho. La sujeté por los muslos y la hice ponerse boca arriba, conmigo entre sus piernas. Busqué a mi lado el paquetito que previamente había puesto allí y comencé a introducirle en la vagina las bolas chinas que le había comprado de camino a la cita. Ella se extrañó un poco y preguntó que era, se lo dije y me levanté de la cama al tiempo que tirando de sus manos la hice ponerse de pie e ir hasta el vestidor donde le escogí un vestido de playa, ligero, cortito y de generoso escote. Se lo puse sin ropa interior y tomándola de la mano salimos a la calle y caminamos hasta mi coche aparcado muy cerca. Era un espectáculo verla caminar descalza, apretando las rodillas porque temía que se le salieran las bolas y cayeran en plena acera. El vestido le marcaba unas formas excelentes y especialmente los pechos que destacaban los pezones bajo la fina tela.

Durante el corto trayecto no hablamos nada, solo le acariciaba frecuentemente los muslos desnudos. Ella sonreía placentera y movía los muslos frotándose las rodillas. Cuando llegamos, estaba apunto del orgasmo que esperé a que se produjera antes de indicarle que saliera.

Si resultaba excitante verla caminar en la acera, mucho más verla haciéndolo sobre la arena. La llevé hasta un peñasco en forma de púlpito donde la puse frente a mi, le saqué el vestido por la cabeza, la subí sobre la piedra, le separé los muslos, le saqué las bolas chinas, me bajé el pantalón y se la metí. Despacio, deleitándome. Elvirita me miraba sin decir nada, solo suaves gemidos a cada movimiento salían de su garganta. Allí la tenía, tumbada de espalda sobre la roca, abierta de piernas, excitada, follándomela, resarciéndome de las incomodidades de la noche anterior. Comencé a acariciarle las tetas, apretándoselas y los gemidos que al principio eran suaves susurros, casi murmullos, pasaron a ser ronroneos claros y nítidos. Se levantó de la piedra y se apretó contra mí y los ronroneos ya eran ronquidos guturales de puro placer.

―Fóllame, fóllame― decía mientras movía frenéticamente su cadera.

Yo hacía esfuerzos para prolongar la follada, para maximizar el placer. Alcanzamos juntos el clímax estallando en un orgasmo que por mi parte resultó inconmensurable. Me corrí dentro de ella y ella encima de mí. Nos quedamos juntos, jadeando hasta que oí su voz delicada y suave con entono que me resulto tremendamente excitante ―Llévame a casa y fóllame allí―

Para regresar ni siquiera se puso el vestido y resultaba excitante verla caminar sobre la arena bajo la luz de la luna con el vestido en una mano y en la otra, balanceándose, las bolas chinas. Toda su piel exhalaba un aroma a hembra en celo que me empujó a follarla en la incomodidad del coche. Solo se vistió cuando llegábamos a la ciudad y después de ponerse ella misma las bolas chinas y masturbarse frotando las rodillas y apretando los muslos después de aquella follada bestial en el asiento trasero.

Ronroneaba de placer cuando detuve el coche enfrente de su casa. No dirigíamos al portal cuando una voz me sobresaltó. Era Mari Paz que seria nos miraba desde otro coche. Elvira no se detuvo, solo la saludo con un gracioso gesto mientras caminaba hacía el portal moviendo la fina tela de la faldita del vestidito. La transparencia de la tela dejó ver su extraordinaria silueta recortada contra la luminosidad del interior del portal destacando los magníficos pechos y el hueco entre los muslos. Elvira se volvió desde dentro para llamarme. Le hice un gesto de excusa a Mari Paz antes de seguir tras aquella maravillosa hembra.

Fuimos directos al dormitorio y ni siquiera se desnudó, simplemente me bajó los pantalones, me empujó tumbándome sobre La cama, se sacó el pantalón y el calzón y simplemente se acaballó sobre mí. Se la metió y empezó a moverse de locura, con ritmo, potencia, profundidad y ansia haciendo movimientos de cadera, rotándola, girándola, empujando. Ronroneaba como una tigresa hasta estallar en un orgasmo exagerado, ruidoso, mítico. Se dejó caer sobre mi justo cuando yo estallaba dentro de aquella cálida y placentera vagina. Nunca un coño me dio tanto gusto.

Nos dormimos abrazados y al amanecer, con el primer rayo de sol que entró por la ventana, me empujó fuera de la cama y con un beso deseándome un buen día me despidió ―Hasta otra―.

Aquella mañana me llamó para decirme que aunque la noche había sido inolvidable, nada de aquello había pasado. Me advirtió que Mari Paz no preguntaría. Cuando le propuse repetir me dijo que quizás algún otro día …

Anónimo

Otro relato ...




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