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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Marta
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Aprovecho la ocasión que se me brinda para contar algo que me viene sucediendo desde hace tiempo, desde que comencé a ser consciente de mi propia sexualidad. Mis primeras relaciones sexuales fueron con mi prima. 

Sucedió durante las vacaciones de verano en el pueblo, a la hora de la siesta. Era un tarde, puede que más calurosa que todas las demás. En el viejo e inmenso caserón no había y un solo ruido, solo el sonido monótono e inmisericorde de las cigarras ponía la banda sonora a aquellas horas. Compartía habitación con mi prima Fuencisla, que como yo era también toda una perfecta jovencita. Estábamos tumbadas en la cama solo vestidas con nuestras inocentes braguitas blancas cuando “Fuencis” se incorporó y susurró algo acerca del volumen que ya por entonces mis pechos empezaban a mostrar, estiró el brazo y los acarició con suavidad pero también con firmeza. Mis tetas reaccionaron como nunca pude sospechar, los pezones se pusieron duros y mi prima los cogió, entre los dedos índice y medio, tirando de ellos hacía sí. Me dijo que le gustaban mis tetas grandes y no las suyas más pequeñas y me las ofreció pidiéndome que se las tocará. Eran tetas duras, pequeñas pero duras, como limones dulces. No pasó mucho antes de quedarnos las dos desnudas, tocándonos, acariciándonos, jugando con nuestros cuerpos pero sobre todo experimentando. Mi primer beso con lengua fue con Fuencisla y mi primer orgasmo en pareja me lo trajo ella con su mano, firme y suave.

Aquel verano nos lo pasamos en aquella cama, en el desván, en el río y dando largos paseos, siempre juntas, siempre solas. En la cama hacíamos el amor a nuestra manera, en el río nos bañábamos desnudas en cuanto teníamos ocasión y aquellos largos paseos hablando de nuestras cosas o acababan en el desván o detrás de alguna tapia con las manos debajo de las faldas. 

Empecé las vacaciones vestida siempre con pantalones y las acabé adicta a los vestidos lo que dejó encantada sobre todo a mi tía Matilde, siempre cosiendo vestiditos para sus sobrinas. 

Cuando regresé a la ciudad lo hice con el recuerdo voz, del olor de su piel y del sabor de su boca. Nos escribimos algunas cartas, no muchas, llenas de frases crípticas, pero sobre todo llenas de ansias.  

Volvió el verano y volví al pueblo, Fuencisla había cambiado, había crecido, era alta, de larga melena con reflejos dorados, delgada, morena de piel y profundos ojos negros,  toda una beldad. A mí me habían crecido las tetas aún más.  

Cuando la vi fui directa a ella, la saludé dándole un gran abrazo, apretándome contra ella para que notara mis tetas en su cuerpo y yo notar las suyas. Me miró de forma un tanto enigmática y me susurró que esperar a la noche. 

Después de cenar, nos fuimos de paseo, me contó que tenía novio, que estaba muy enamorada y que aunque me quería mucho no podíamos estar juntas. Me pidió que lo entendiera. Le contesté que lo entendía, que lo único que quería es que siguiéramos siendo como hasta ahora. Manteniendo nuestro secreto, dando paseos, bañándonos en el río y durmiendo la siesta juntas. Fuencisla no respondió, seguimos un rato el paseo en silencio y cuando ya casi  estábamos a la puerta de la casa de los abuelos me dijo que aceptaba con las condiciones de mantenerlo en secreto y que nunca nadie lo supiera y que nunca interfiriera en la relación con su novio. Le dije que palabra de prima, que su novio no me interesaba. Aquella noche hicimos el amor como nunca, ahogando los gemidos para que nadie nos oyera. 

El verano transcurrió como debía hacerlo, largas y sudorosas siestas, paseos, visitas al desván y baños desnudas en el río. A veces Fuencisla se iba con su novio, a veces de noche, yo le guardaba el secreto. 

Durante las fiestas del pueblo, mi prima me presentó a su novio y a unos amigos, me colocaron de acompañante a un chico bastante simpático y educado que me dejó en medio del baile porque sus padres se lo llevaron. Yo regresé a casa, me acosté y de dormí inmediatamente. No sabía qué hora era cuando desperté al sentir algo extraño, era mi prima, tumbada des de espaldas sobre la cama, iluminado su cuerpo por la luz que entraba por la ventana abierta. Desnuda y con la mano derecha entre las piernas, la izquierda recorriéndole las tetas, las rodillas juntas, los ojos cerrados, mordiéndose el labio inferior, jadeando, tensando el cuerpo; estaba muy claro que hacía. Yo lo sabía por experiencia propia. 

Cuando acabó giró la cabeza para ver que yo la había estado contemplando. Me levanté y me cambié a su cama. Nos abrazamos, nos besamos, me desnudó, me besó el cuerpo entero, todo el cuerpo, sin lugar algo sin besar y me corrí. Yo hice lo mismo con ella. Luego seguimos abrazadas, y hablamos, nos contamos nuestras cosas. Me explicó que su novio la había calentado mucho, que deseaba hacer el amor pero su novio se fue a su casa y que llevada por la excitación se había masturbado en la cama. Yo le conté lo que me había pasado con el chico que me habían presentado. Ya amanecía cuando nos prometimos que cuando nos pasase algo como aquello, lo solucionaríamos entre las dos a nuestra manera. 

Aquel verano Fuencisla no fue capaz de hacer el amor con su novio pero a mí me desvirgó aquel chico tan obediente, aunque en realidad creo que nos desvirgamos mutuamente. Cada fracaso de Fuencisla lo remediábamos entre las dos con maravillosos orgasmos y mi gran éxito lo celebramos de igual manera. Creo que mi prima tuvo envidia, solo durante un segundo, pero la tuvo. Se que fue envidia sana, igual que la mía por todos los novios que ha tenido. 

Nunca compartimos chicos, ni tuvimos sexo en grupo, pero cuando teníamos sexo, por puro placer, y no era con nuestra pareja, nos lo contábamos y lo celebrábamos a nuestra manera. Nunca tuvimos sexo con otra mujer aunque alguna vez hicimos el comentario de la posibilidad de incluir a alguna chica, en especial una vecinita de nuestros abuelos de especial belleza. Todavía hoy, en cuanto podemos, nos escapamos y nos vamos al apartamento que mantenemos entre las dos para hacer el amor. Ya no son las prácticas inocentes y de aquellas dos jovencitas inexpertas, hemos evolucionado y aprendido muchas cosas. Sin embargo, algunas cosas no han cambiado, las tetas de Fuencisla siguen siendo pequeñas y duras como limones dulces. Las mías blancas y grandes y según mi adorable prima, suaves y sabrosas.

Las dos disfrutamos del sexo con los hombres y del sexo entre nosotras, no se si soy bisexual o que simplemente sigo añorando los buenos ratos que pasé cuando descubrí el sexo.

Marta

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