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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Justina
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Un amigo del centro de jubilados me pidió alquilar el departamento del costado de mi casa a su hija y nueva señora. Se juntó con una paraguaya que tiene una hija púber llamada Justina, su señora lo descubrió en la infracción y lo mando a la calle. Un poco a regañadientes acepte aunque en el fondo unos manguitos extras me tentaban y si bien las casas se comunicaban; no perdía mi libertad. El día que llegaron hice la visita de rigor y conocí a la señora y su hija. Se mostraron bien dispuestas y no pude dejar de mirar la nena disimuladamente, muy joven, con cuerpo de casi veinteañera, lo cual es casi normal entre gente de las llamadas morrudas.

Pasaron los días sin novedad hasta que en una oportunidad Justina me trajo un plato de sopa paraguaya que su mama mandaba, lo recibí y ya que sus papas en esas horas estaban trabajando busqué charla con ella para mirarla mejor. Se mostró suelta y alegre y así empezamos una amistad que en los días fue creciendo. Era tan fresca con unos senos chicos pero llamativos, buenas piernas y una cola que invitaba al delirio. Casi siempre vestía short-jeans ajustados solerito y ojotas. De a poco fue curioseando mis pertenencias y en una oportunidad para mostrarle una planta de interior la tomé de la cintura dando la impresión de no molestarle mi mano en su cuerpo, mientras le explicaba las características de la planta sobé sus brazos, volví a tomarla de la cintura y hasta le acaricié como al descuido la espalda. Esa noche dormí con susto por la probabilidad que ella en su inocencia contara lo de los abrazos y hasta me arrepentí de lo disfrutado; por dos días no apareció y un montón de dudas me asaltaron. Volvió a aparecer y ante el miedo me puse más distante.

―¿Molesto? ―Pregunto dubitativa.

―¿Cómo se te ocurre? ―deslicé.

―No, me pareció que estás serio.

Ese tuteo me desarmó y recuperé el viejo verde de largos sesenta que había dormido. Le indiqué que se sentara y lo hizo cruzando las piernas para el goce de mi vista, estaba enfrente de ella tan cerca que debe haber notado mi nerviosismo y empecé a preguntarle y contarle cosas en las cuales me reía y aproveché a tocarle los muslos como circunstancia. Jamás reaccionó mal y en una oportunidad hice un leve masaje en sus muslos al tiempo que la nombré.

―Justina ―dije con ternura.

―¿Qué? ―Contestoó.

―Sos tan linda ¿cuántos querrán estar con vos como yo ahora?

Sonrió y para mi locura apretó mi mano sobre su pierna sin permitir retirarla.

―Gracias ―dijo sobando sus dedos en mi mano― no te enojes ―siguió― pero si no te molesta y queda entre nosotros preciso plata para comprarme créditos para el celu, te juro que te lo voy a devolver.

―Pero como no niña y nadie lo sabrá… ―y acaricia sus muslos en un trato silencioso.

Metí mano como loco pero cuando quise besarla se negó.

―No tócame lo que quieras y vestida pero besos no.

Acaricié senos y cola y entrepiernas y jadeé y ella me acariciaba la cabeza, la besé en los brazos y manos.

―¿Soy la primera virgen que tocas?

―Lo súperjuro ―contesté― ni a mi señora la tuve así.

Seguí con su espalda y no paraba mas hasta que me pidió el dinero y se fue. Yo estaba feliz, rica pendeja y si tenía tacto podía llegar a mas. Pasaron un par de días y reapareció, tena un vestido corto y una remera arriba, estaba tan fresca. Me contó que no había podido juntarme la plata y que encima se había quedado sin crédito de nuevo, puso cara de nena haciendo puchero y la llamé para que se sentara en mi falda.

―¿No estás enojado? ―Preguntó.

―Un poco ―le dije y acaricié sus muslos llevando mi mano hacia sus nalgas corriendo el vestido para descubrir su bombachita negra en carnes morochas. Empecé a buscar el interior de sus piernas y previa negación abrió las piernas para que acariciara su gordita, palpitante y mojadita concha; ella gimió y me abrazo más fuerte estremeciéndose, besé sus hombros y cuando le besé los pechos por encima de la remera noté que no tenía corpiño, musité su nombre sintiendo una erección como hacía tiempo no tenia. No hay mejor viagra que estar con quien te gusta. Volví a repetir su nombre y me preguntó ―¿Qué…?

―Dejame que te chupe amor, solo chuparte no podés hacerme sufrir así

―¿Me vas a hacer un regalito?

―Si cariño pero basta déjame que te chupe.

Ambos estábamos perdidos, yo dudaba de su virginidad por cómo me llevaba; pero el temblor de su cuerpo y la búsqueda de seguridad en su voz me indicaban otra cosa; tenía una hembrita sin estrenar a mi disposición, en el fondo ella lo quería y yo era el elegido.

Se sacó la remera dejando a mi vista dos espectaculares limoncitos hechos rocas los cuales libé suavemente sintiendo como acariciaba mi cabeza.

―Tengo miedo papi pero me gusta lo que me haces.

La miré con ternura y le aseguré que solo haría lo que ella quisiera y que me permitiera disfrutarla con mi lengua, la levanté en vilo después de sacarle la bombachita y la llevé a la cama depositándola allí mientras ella trataba de tapar con su vestidito su pequeña, inflamada y jugosa conchita.

―Justina cielo teneme confianza, proba y vas a ver que lindo.

Besé sus pantorrillas y empecé a subir con la calidad que siempre me caracterizó, me sumergí en sus muslos duros y tensos y para mi vanagloria ella sola empezó a abrir las piernas y yo llegue allí, tomé aire y con la punta de la lengua abrí sus labios buscando un clítoris que enseguida apareció, jugueteé con mi lengua en el y ella por primera vez comenzó a gemir; intensifiqué mi acción oral y comenzó a retorcerse tomando las sábanas para afirmarse en sus movimientos. Al cabo de unos minutos ella gemía más fuerte y le chupé hasta el culo masajeando sus tetitas y pude sentir como acababa por segunda vez.

Algo cansado salí de entre sus piernas y la miré sonriendo, ella seguía con sus piernas abiertas mostrando su hinchada y brillosa conchita apoyada en sus codos mirándome y sucedió algo que me decidió sin importarme mas nada; un mechón de su cabello cayó sobre su frente y a mis ojos la hizo mujer. Sentí renovada mi erección y subí buscando su boca.

―Nooo por favor nooo, no lo hagas papi.

La bese con tierna pasión y sobé su rostro con mi mano mientras tomaba posición de penetración.

―Nooo ―repitió.

Pero entré y ella se arqueó hundiendo sus uñas en mis hombros y yo sentí como sus paredes vaginales intentaban una defensa y la tibia sangre del desgarro y por momentos volvió el hombre que creí perdido y ella colgada de mi cuello en un sollozo me insultaba y acompañó mi bombeo jurando que no quería y que era un viejo degenerado que moriría sufriendo y saqué la verga tirando la leche en su estomago. Se mostró enojada y me mandó a traer servilletas para limpiarla, lo hice despacio mirándola a los ojos y besándola en diferentes partes dulcemente.

―Salí ―sentencio― ahora seguro no vas a quererme más ¿ya te sacaste el gusto no?.

―Falta ―le dije metiendo mi lengua en su boca y una vez limpiada la vestí sintiendo su mirada de reproche y admiración.

La acompañé a la puerta acariciando su dulce cola, nos despedimos con un apasionado beso de lengua y me preguntó si podía volver.

―Todas las veces que quieras ―contesté― y con mucho cuidado si caminas muy despatarrada decís que te torciste el tobillo.

―Viejo puto ―dijo sonriendo―puto.

Más de 50 años nos separaban y ella se fue contorneándose mientras yo me tocaba la pija mirando su culo y pensando todo lo que le haría.

ADRO

 

 

Justina, la historia

Justina es una nena con cuerpo de casi veinteañera, que se convierte en la compañera sexual de un hombre en la sesentena.

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