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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Follando con el tío
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Tengo treinta y tantos años, estoy divorciada y me gusta el sexo. Además, estoy muy buena o maciza, que es lo que usualmente se suele decir de mi entre el sexo masculino. Es verdad que mis tetas ya no son lo que eran pero siguen siendo relativamente firmes y mantienen sus redondeces. No he engordado y puedo presumir de culo.

Os cuento. Nací el mismo día que el tío, solo que con treinta años de diferencia. Eso hizo que compartiéramos festividad y nos intercambiáramos regalos porque además soy su ahijada. El tío está soltero y es un mujeriego empedernido. Es una persona de aspecto físico agradable y siempre me resultó atractivo. Además, el trato conmigo era cariñoso y un tanto especial, siempre me miró de una manera diferente.

Lo que os cuento empezó realmente poco después de mi 16 cumpleaños. Estaba con los abuelos pasando unos días y me fui a bañar a la alberca sin pedirles el permiso que me iban a negar. Como no podía llevar ropa de baño me bañe desnuda. Ya lo había hecho otras veces con mis primas.

Sentí un ruido y corrí a esconderme en la caseta de bombas. Quien había llegado notó que había alguien más y frente a la puerta de la caseta gritó que quien fuera saliera. Y lo hice, totalmente desnuda y con un punto de excitación al ver quien era. El tío lanzó un silbido de admiración y me hizo gestos de que me acercara, cosa que hice. Ya de aquella tenía unas buenas tetas, con buena forma, grandes y duras, una cinturita fina y un culito destacable.

El tío me atrajo hacía si y puso sus manos en mis nalgas que masajeó sin apretar mucho. Abría y cerraba los dedos sobre mi carne moviendo las manos en círculos mientras hacía unos comentarios acerca de mi culo que comenzaron a excitarme. Cuando el tío pasaba su mano por mi cadera hacia la parte de delante, un ruido le hizo desistir y me mandó a vestirme. Era una visita inesperada.

La cosa quedó ahí. Pasaron los años y ya divorciada y digamos que necesitada de un buen polvo regresé unos días de vacaciones a casa de mis abuelos, ahora de mi tía. Coincidió la semana de mi cumpleaños hecho que me recordaron y también la coincidencia con el tío. Me recomendaron visitarle porque ya jubilado tenía malas costumbres. Con esas mismas palabras me lo dijeron.

Compré un pequeño regalo y me presenté en su casa. Se sorprendió al verme y me invitó a pasar. Tenía fuego en la chimenea y el ambiente resultaba agradable. El tío me ofreció un vino que acepté y ya sentados comenzamos con la más protocolaria de las conversaciones. Nuestras copas siempre estaban llenas y poco a poco el alcohol comenzó a afectarme. Mis mejillas se enrojecieron y lo que aprovechó el tío para recordarme que aquella tarde en la alberca, también mis mejillas enrojecieron, arrebolaron fue la palabra que utilizó. Yo me reí y el tío hizo el comentario de que ahora estaba muy buena. Hizo alusión a mis tetas pero lo que más me excitó fue el comentario― Nunca vi tanto pelo ―Y dijo eso mirándome la cadera. Luego dijo ― Si no... ―Pero no continuó. Tuve que vencer una cierta resistencia pero respondió ― Porque eres mi ahijada ―Y dijo eso mirando al suelo y con un deje de ternura que me excitó.

El recuerdo de aquel día, el tiempo que llevaba sin follar, las ganas de hacerlo y el efecto desinhibidor del vino anularon cualquier resistencia que yo pudiera tener si es que la tenía.

―Ahora ya no estoy tan peluda, me lo depilo ―Levantó la cabeza sorprendido y sin darle tiempo a responderme nada comencé a desnudarme. Lo hice despacio, con calma, doblando la ropa y colocándola con cuidado en una silla. Cuando hube acabado me giré hacia el tío y le dije ― ¿Y ahora te parezco tan peluda? ―Se levantó, se acercó, puso las manos en mis nalgas, me apretó más contra su cuerpo y me dijo ― Ahora estás deliciosa, nada peluda y me gustaría follarte ahijada.

Apoyé mi cabeza contra su pecho y me dejé hacer. Sus manos apretaban mis nalgas y las separaban tanto que notaba los movimientos en el coño. Di un respingo cuando note su dedo entrando en mi culo pero seguí dejándole hacer.

―Fóllame tío ―le dije.

Me cogió en brazos y me llevó a su habitación. Me dejó sobre la cama. Se desnudó rápidamente, está en una forma física admirable, y buscó algo en la mesita de noche. Me separó las piernas y se puso entre ellas de rodillas cogió algo que habría dejado sobre la cama, se quería poner un condón pero alargué la mano y le dije ― Conmigo no te hace falta, fóllame a pelo.

Se puso sobre mí, en la postura del misionero, que tanto aborrecía, y me la metió. Lo hizo de un solo movimiento pero con suavidad, casi con elegancia, de un modo experto. Se movía despacio, con amplitud, sin prisas. Sentí una excitación increíble. Notaba como mi coño literalmente chorreaba lubricando su polla dentro de mí. Me corrí, una y otra vez. Tuve tantos orgasmos que perdí la cuenta. El tío seguía metiéndomela y sacándola, sin parar, siempre al mismo ritmo, deleitándose en mis orgasmos hasta que no pudo más y se corrió dentro de mí. Noté el chorro caliente de su semen en mi interior y sentí una gran laxitud. Un relax increíble. Hacia tanto tiempo que no echaba un polvo que aquel con el tío resultó magistral. Para repetirlo una y mil veces.

El tío se quedó encima jadeando y besándome el cuello y las mejillas, decía algo pero no le entendí. Al poco se puso al lado, me abrazó y se durmió a mi lado. Permanecí despierta disfrutando con el recuerdo de aquella follada. Interiormente lamenté no haberlo hecho antes.

No esperé que despertara y me fui. Me gustó especialmente bajar desnuda desde la habitación hasta el salón donde tenía la ropa. Me vestí y me fui tremendamente satisfecha en cuanto al sexo pero también en lo afectivo. No estaba enamorada del tío pero me gustaba haberlo hecho con el y además sin condón.

Dormía la mañana. al día siguiente, cuando el tío apareció en mi cuarto, traía un regalo. Yo solo tenía mi braguita pero le invité a pasar y a sentarse en el borde de la cama. Estábamos solos, él me lo hizo notar. Me dio un paquete envuelto en papel de regalo. Al incorpórame para abrirlo, la sábana se deslizó hacía abajo dejando mis tetas al descubierto. El tío alargó una mano y me acarició las tetas mientras nerviosa deshacía los lazos del envoltorio. Eran unos zapatos de tacón, hermosísimos, negros, brillantes, altísimos y finísimos. Sus tacones eran auténticos estiletes. En el fondo de la caja, otro envoltorio contenía un tanga negro, de seda natural.

―Póntelo ―me de dijo.

No me hice de rogar y de un salto me levanté de la cama, me quité las bragas, blancas e inmaculadas que es como aún me siguen gustando, casi todas las tengo son de ese color. Me puse el tanguita, me lo ajusté con cuidado y me calcé. Los zapatos eran de mi número, me quedaban perfectos, el tanguita no tanto, se me metía por el culo y pese al depilado, bastantes de los pelos del coño se desparramaban fuera de la zona que la finísima tela cubría.

―Sigues siendo igual de peluda ―Susurró el tío al tiempo que me atraía hacia él. La puerta de la calle al abrirse nos hizo separar y a mi vestirme una bata. Era mi tía. Quedé con el tío en ir a su casa por la tarde. El tío me rogó que no hiciera mención de los regalos, que los ocultara. Bajamos juntos y sobre la mesa de la cocina había un gran paquete ― Es tu regalo de cumpleaños ―me dijo ante la mirada divertida de mi tía que no tenía ni idea de lo que estaba pasando. Entre risas lo abrí y aprovechando que la tía había salido, dejé que la bata se abriera mostrando mi cuerpo desnudo lo que el tío agradeció con una sonrisa que quiso ser intencionadamente lasciva pero solo logró ser tierna. El regalo “oficial” era un inmenso peluche que abracé y besé en la boca mientras miraba al tío, fijamente y con toda la intención.

Aquella tarde, me preparé, puse en una bolsa los regalos secretos y me fui a follar. Me esperaba con una copa de vino ya dispuesta y como la tarde anterior me desnudé con el mismo ritual y en el mismo sitio. Pero esta vez fue un poco diferente, me puse el tanga y los zapatos. Le cogí de la mano y le conduje a su cama. Me tumbé sobre la espalda, separé las piernas y susurré ― ¿Así mejor?

―Me gustabas más peluda pero así estás para comerte .

Aquella tarde me había afeitado por completo para ofrecerle al tío mi coño recién depilado. Nunca lo había rasurado entero. Le dije que lo había hecho para él. Me lo agradeció diciendo ― Si lo has hecho para mi y te gusta, entonces a mi también me gusta.

Se puso entre mis piernas, me quitó el tanguita y pasó su cabeza entre mis muslos. Pensé que me iba a comer el coño pero solo me besó en el clítoris que ya estaba apunto de reventar. Me hubiera gustado una buena comida del tío de la misma manera que le hubiera hecho una mamada. Y se lo dije ― Si quieres te la chupo.

Su respuesta me dejó un tanto sorprendida ― Soy demasiado clásico e ignorante, solo se meterla.

Mi respuesta no podía ser otra ― Pues a que esperas a  metérmela.

Y me la metió. Y como la tarde anterior fue una follada enorme pero aún mejor, disfruté como nunca, tuve más orgasmos, me mojé mucho más. Relajada y consciente, follé como lo que me sentía en aquel momento, una mujer madura, experimentada, caliente, deseosa y puede que enamorada. Quise que aquella tarde nunca acabara y se lo dije. Le dije que me gustaba que me follara. También que me gustaría que me comiera el coño, que me gustaría chupársela hasta que se corriera en mi boca, que me follara en todas las posturas, que me la metiera por el culo. Le dije que quería ser su puta. Nunca me imagine esas palabras en mi boca pero las dije. El tío me abrazó fuerte, me besó en la frente y enigmático me sorprendió con un ― Ya veremos que tú te mereces mucho.

Yo le respondí ― Quiero ser tuya.

No dijo nada.

Follamos todas las tardes de aquella semana, siempre el mismo ritual, me desnudaba en el salón, me ponía los zapatos, el tanguita que estrenaba cada vez, le tomaba de la mano y nos íbamos a follar. Siempre en la cama, siempre con él mandando en el polvo, marcaba los tiempos y los ritmos. Las posturas siempre aquellas que le permitieran al tío mandar, arriba, abajo, de frente, de espaldas, a lo perrito, pero la que más me gusta con el tío es el misionero. Eran interminables sesiones de sexo. Polvos largos y satisfactorios. Acabábamos jadeantes y sudorosos y se dormía abrazándome.

Cada día lo pasaba mejor, cada vez tenía más orgasmos y más intensos. El tío ya no hacía ademán de ponerse el condón.

Yo me sentía feliz follada de aquella manera, tanto que sentí tener que irme pero le hice la invitación de visitarme en mi casa de la ciudad.

Lo primero que hice nada más llegar a mi casa fue darme un baño relajante, me sequé delicadamente, me puse mi mejor perfume, un tanga de estreno, y los zapatos, desembalé el enorme peluche, me lo llevé a la cama y me lo follé.

Anónimo

Otro relato ...




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