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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Dulces pinceladas
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Era de noche. Afuera hacía frío pero dentro, la temperatura era lo suficientemente alta como para desear llevar solo unas pocas prendas.

Los dos habían estado bebiendo un rico malbec del 2010 que les había sobrado de la reciente cena mientras conversaban sobre las experiencias de sus últimos días, ya que no habían estado juntos por cuestiones laborales.

En un momento cuando ella se levanta para ir al baño, él también lo hace.

El la espera afuera. Y al salir ella, la frena y evita que esa hermosa mujer vuelva a pasar al living.

La detiene rodeándole la cadera con su brazo. Con el vino corriendo por sus venas e invadiendo de a poco sus cabezas, ella deja escapar una sonrisa.

Él le besa el cuello.

Saca un pañuelo de seda negra de su bolsillo. Pasa sus manos por encima de su escote, dejando caer una de las puntas del pañuelo,  para que ésta roce suavemente su pecho. Termina vendándole sus ojos.

Los pensamientos de ella, en forma de sospecha de lo que le espera, hacen que un suspiro escape de sus labios.

La abraza suavemente desde atrás y la lleva, sin perder el contacto de sus dos cuerpos, hasta el centro del living.

La canción preferida comienza a sonar. Detrás de las notas musicales, sólo alcanzan a escucharse, y muy sutilmente, sonidos de prendas cayendo lentamente al piso.

La piel de ambos encienden sus colores y cada roce entre ambas inunda sus estómagos de cosquillas. Los sentidos se intensifican.

Se distancian. Terminan de caer las últimas prendas de ella. Queda parada. Esperando el desconcierto. Le da de beber más vino. Le besa la mejilla.

Ella ya no siente contacto alguno. Solo está la música, el deseo y la incertidumbre de lo que vendrá.

Él toma un pincel de suaves cerdas, lo embebe en licor y comienza a rozar muy suavemente las partes más sensibles y delicadas de su cuerpo. A cada pincelada le siguen besos que la limpian. Las zonas más candentes que antes se humedecían solo por las pinceladas de licor ahora lo hacen también por la miel más pura y rica de su interior. El sigue besando cada incógnito rincón de su cuerpo.

Sus cuerpos comienzan a perder el equilibrio ante tanto placer y ansiedad. Se acuestan en el piso. El la tapa con su cuerpo. Mientras está cada vez más cerca de ella, casi ocupando el mismo espacio, como si ambos cuerpos se mezclaran en uno mismo, le besa el cuello, los labios y mira a los ojos.

Max Cher.

Otro relato ...




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